
Querida, querida Lidia:
La gente que habla swahili, gente de toda cortesía, abre su saludo
diciendo: ¿jambo? ¿abari gani? que es la versión elegante de nuestro
decir montuno y criollo ¿quíubo, qué pasa en el timbeque? Jambo, y
quíubo, y holaquetál, te digo. Y como siempre, te escribo Lidia con i,
porque en español eso es pelea, lucha, batalla. La y no le pega nada a
una criolla rellolla. Con la i de Martí hay bautizo suficiente.
Florencio me dice que va a dedicarte un número de su admirable
periódico de arte y patria, dos cosas que siempre están vivas y con
ímpetu de carga al machete, de mambisería, en Florencio. Y como a él es
inútil decirle no, porque hace mucho rebanó del diccionario esa palabra,
como quien se saca la nigua del dedo gordo con una agujita de hacer
canebá, yo acepto con gozo el participar de alguna manera en este
“asaltico” que en el día de tu santo Florencio y muchos más quieren
darte. Me arrebato y entro en la trulla guajira de tu alabanza, con
sombrero de guano, con zapatos de baqueta, con filipina cruda, ¡y con
bandurria! para cantarte el punto guajiro como una diana por el veinte
de mayo, y por tu veinte de mayo.
No me gusta la palabra “homenaje” porque casi siempre rima con paliza
y con uno de esos discursos que llaman algunos cubiches “arranque
tribunicio”. ¡Solavaya! Decir “vamos a darle un homenaje a Fulanito”, o
algo peor, vamos a darle un “homenajito” (en mi pueblo había una maestra
linda y achocolatada como un cucurucho de Baracoa, que decía
homenajecito y resoponcito), es como amenazar a un niño con leerle un
artículo de E. R. de L. [se refiere a Emilio Roig de Leuchsenring] en
Carteles, tortura prohibida expresamente en las partidas de Alfonsito el Sabichoso.
¡Los homenajes con discurso! ¿Te acuerdas de aquel amigo, bajito,
melenudo, que parecía un león con cólico nefrítico nada más trepar a la
tribuna, y perdía la noción del tiempo (no sin advertir modestamente al
comenzar “voy a ser breve, muy breve”), y se arrojaba en la borrachera
de las palabras, y traca, traca, traca, y fuácata, fuácata, fuácata,
dejaba a los comensales hechos una cutarita, despeluzados como malatobos
espoloneados por gallitos-giro de Manila rociados con sangre de
cotunta?
No quiero imitar esto, ni aun por escrito que puede dejarse cuando
uno quiera, porque sumarse a un homenaje por letra impresa no puede ser
tampoco una ocasión para sacar el pavo real que llevamos dentro a
pavonearse bajo el sol. Lo que quiero decirte, Lidia con i, es que me
parece muy bien que gracias esta vez a Florencio podamos dejar regrabado
en letras el sentimiento de gratitud hacia ti, que junto con el de
cariño, tenemos muchos de los criollos que para ser completamente tales
vivimos hoy como vivieron los mejores cubanos del siglo pasado, sin
patria, pero sin amo.
Por muchas que sean las repeticiones escritas de estos sentimientos
guajiros, criollos de raíz, ganados por Lidia en las almas de los
cubanos-cubanos, siempre serán pocas en comparación con lo que te
debemos. Lo escrito queda, y puede ser perenne, hasta donde cabe aspirar
a perennidad para las acciones humanas. Lo que escribamos de ti, lo
escribimos e imprimimos de la cubanía perfecta. (Iba a decir, no de ti,
sino sobre ti, pero me avisé a tiempo de que escribir o imprimir sobre
ti sería como anunciarte que vamos a hacerte un tatuaje, ¡y a no ser que
se tratase de una palma real pintada por Botticelli, no veo cuál otro
tatuaje sería propio de ti!). Por mucho que digamos en alabanza de quien
como tú dedicó y dedica su vida a enseñarnos a identificar y a amar las
raíces, no devolvemos ni la milésima parte de lo que nos tienes dado.
Lidia: hiciste muy bien en nacer un 20 de mayo. Eres lista prenatal.
Naciste en el día del nacimiento de la República, y tú y yo sabemos a
cuánta maravilla sabe la palabra República, la República. Lo que eso
quiere decir para los cubanos con un
poquitico de raíces
criollas intactas, es difícil contarlo a los extraños. Ahora andan
sueltos por ahí y por aquí, y por todas partes, algunos cubanitos
comemierdas que dicen no sentir la patria, ni importarles nada su
destrucción y su pena. Yo creo que adoptan esa pose, no por la
cursilería de hacerse los europeos o los norteamericanos, sino porque
les falta el valor de amar a Cuba, de querer a la patria, y estar lejos
de ella. Para no sufrir, fingen no amar, no sentir nostalgia, ni echar
de menos las raíces. Han hecho de la expatriación una despatriación,
para que no les duela la diáspora, porque su egoísmo, su frivolidad y su
hedonismo de quincallería les exige quitarse del corazón todo lo que
pueda llevarlos al santo insomnio de Cuba.
Ahora que nos acercamos a la hora del
bilan, del pasar
balance, tú tienes que sentirte muy serena y contenta de tu fidelidad a
la cubanía, a lo criollo rellollo. Habrá nacido contigo, dirás, para
quitarle importancia a tu actitud y a tus aptitudes. Pero venga de donde
venga, de volición o de destino, esa encarnación que hay en ti de lo
criollo profundo, es cosa que fue, es y será una bendición para Cuba y
para los cubanos.
El veinte de mayo nació una nueva manera —diseñada por Martí sobre la
materia prima que venía borboteando entre las venas de la isla a lo
largo de tres siglos— de ser entendida y cumplida la convivencia ideal
de los cubanos. Las dificultades, las desobediencia a lo dictado por los
Fundadores resumidos en el Fundador de la República, los
incumplimientos y deslealtades con la patria, no dañan para nada al ser
auténtico de la patria. Una de las características del bien es la
resignación y la paciencia con que se espera que pasen los días del mal.
La República, la Idea de la República del 20 de mayo, no ha muerto, ni
puede morir.
Quienes, ciegos ante la historia y ante la verdad de esa República,
han creído posible borrar las fechas, anular la manera martiana y pura
de la convivencia, destruir todo el edificio de la República (dicen
ellos que por tener grietas aquí y allá, goteras y defectos en la
cumbrera exterior del tejado), no han podido hacer otra cosa que
encadenar y retrotraer a Cuba a otra manera de colonia, cien veces más
atroz que la anterior. No celebran el 20 de mayo, ni el 10 de octubre,
ni el 24 de febrero, ni el 7 de diciembre, porque se han quedado sin
raíces y sin libertad —¡el bien de los bienes, hasta para las bestias!— y
pretenden que su patria está en Moscú, y que su Céspedes es Lenin, su
Martí Fidel, y su Maceo el Ché. Decían “patria o muerte”, y la gente
aplaudía; aplaudía hasta que descubrió que lo que querían decir estos
cabritos era “patria muerta”. Decían traer la libertad, la paz y el
bienestar para todos, y lo que trajeron fue la M del marxismo-leninismo,
que en el vientre trae únicamente, y siembra en cuanto se apodera de un
país, las cuatro emes terribles: muerte, miseria, maltratos y mierda. Y
si al horror del marxismo-leninismo le agregas a Castrico y su
morralla, ¡quiquiribú mandinga!
Frente a los que intentan borrar de la conciencia de los cubanos,
hállense dentro o fuera de Cuba, y sea cual sea la edad de cada uno, la
noción verdadera de patria, de la cubanía, de la criolledad (noción
excluyente de la esclavitud y de la crueldad, los dos pilares del
comunismo), frente a esos desdichados, ¿no tenemos que sentir
multiplicada por mil la gratitud ante los que como tú aman a Cuba, y
traen cada día un recuerdo, una lucecita más para que no se esfume la
imagen, para que no se haga en nosotros la oscuridad de oscuridades que
es no amar a una patria, no sentir una raíces, no recordar la enorme
dicha de haber nacido en Cuba,
la gloria de ser cubano.
Lidia, te dejo. No quiero darte la lata en vez de tocar la diana del
20 de mayo, el tararí de la alegría porque te tenemos, la diana por tu
nacimiento, que era todo lo que quería decirte. Nosotros los tauros
estamos orgullosos de que pertenezcas a la Casa Zodiacal que fue la cuna
de Shakespeare, de Mahoma, de Ortega y Gasset, del Papa Woitila, y
donde se nos coló Carlos Marx, que era el menos malo de los marxistas, y
que se espantaría de ver lo que han hecho con él, como se espantarían
Cristo y Martí, de lo que han hecho con el cristianismo y el martianismo
muchos de sus presuntos seguidores.
He dicho más de una vez que las dos máximas desgracias históricas de
la humanidad son las manos en que acabó por caer el cristianismo, y las
manos en que cayó el socialismo. Los latinos teatralizaron y deformaron
el cristianismo, por estatizarlo como los españoles, o por politizarlo y
comercializarlo como los italianos; y los eslavos secuestraron el
socialismo y lo monstruizaron en el molde tradicionalmente tiránico y
esclavizador de aquella gente. Ni el latino concibe la humildad, ni el
eslavo concibe la libertad, salvo rarísimas excepciones: San Francisco
de Asís de un lado, Fedor Dostoievski de otro, y pocos, muy pocos más en
ambas filas. ¡Un desastre que abarca veinte siglos de historia!
Perdóname por citarme a mí mismo, señal de que mi mala educación
empeora por días. Estoy llegando, si no he llegado ya, a esa
insoportable edad en que el hombre sólo habla de sí mismo, la edad del
yo-yo-yo, que es también la de la vuelta al yoyo, pues por algo dijo
Chateaubriand que un viejo es dos veces niño, y por algo dice un
cuasi-poeta amigo tuyo llamado Gastonet que el viejo es un orinal donde
mean los elefantes de los ángeles.
Te dejo al fin, que esto va pareciéndose a un discurso del caudaloso
doctor Zayas. Yo aprendí a reconocerte el tesoro de la cubanía a raíz de
lo que de ti pensaba y decía Lezama. Íbamos a verte a San José, a ti y a
esa Dama Cubana pura que es Titina Rojas, como quien iba a una
ceremonia de rebautizo bajo una ceiba. Cierto es que ni a él ni a mí nos
faltó nunca el cordón umbilical bien ceñido a la tierra nuestra, pero
de tiempo en tiempo sentíamos la necesidad de empaparnos más de lo
cubano, como bajo un aguacero tremendo, de los que traen enterrado en
los goterones de lluvia los frutos y la vida. Y fue Lezama quien nos
confirmó la fiesta innumerable que es nacer donde nacimos.
Sé, Lidia, que no hace mucho bailaron un danzón Eugenio Florit y tú.
Esa estampa criolla no me la perdí, porque yo vivo en el recuerdo,
respiro por la memoria. Vi y reviví esa danza de ustedes, y me sentí muy
feliz. Ya vendrán otros tiempos. Quizás no estaremos corpóreamente en
ellos, ni tú, ni yo, ni ninguno de cuantos hoy estamos al lado tuyo
duplicando el amor al 20 de mayo. Pero de algún modo sí estaremos allí,
estaremos en los tiempos del otro renacimiento de Cuba, porque nunca
hemos dejado de sentirnos extranjeros dondequiera hayamos vivido y
vivamos fuera de Cuba. Albert Camus lo expresó a la perfección:
Étranger, qui peut savoir ce que ce mot veut dire.
Y el sol nuestro de cada día, el Martí de exilios infinitos, dijo: “Ya
tarde a casa vuelvo [sic]: ¿Casa dije? no hay casa en tierra extraña!”
[sic]. Somos extranjeros, a mucha honra, pero a mí en particular me
duele que criollas como tú no puedan celebrar en Cuba el veinte de mayo
de cada año y de todos los años, sea sobre o debajo de la tierra cubana,
que es lo mismo.
Iba a despedirme con saludo africano-cubano, tomado, naturalmente, de
un libro tuyo, pero recordé aquello que le dijo Nicolás Guillén a
Stalin: “Capitán, a quien Changó proteja y a quien resguarde Ochún”, y
luego de reírme abundantemente de esta comemierdería de Guillén, dí
marcha atrás, por si acaso. Me despido sin más a la criolla, de ti,
guajira profunda, capaz de hablar lo mismo con Rudyard Kipling que con
Tata Cuñengue: ¡hasta pronto, hasta lueguito, hasta siempre, Lidia!
Un abrazo mío para Titina. Un recuerdo grande, de gratiud, para la
buena gente que te quiere y te ayuda a seguir con la luz del alma
encendida para iluminación de Cuba y de los cubanos. Pienso en Josefina
Inclán, en Rosario Hiriart, en tantos nombres que, a la l no puedo poner
aquí ahora. Tú eres algo tan especial, que has conseguido que hasta
algunos mequetrefes del sub grupo Orígenes, que no respetan nada ni a
nadie, se quiten ante ti el mugriento sombrero. Te pasa un poco lo que a
Martí, que hasta los comunistas tienen que pretender apropiárselo. Tú
eres demasiado buena. No te dejes entrevistar ni dar la lata por ninguna
cagarruta con espejuelos, como esa que te entrevistó hace poco. Cuídate
como un gallo fino, por dentro y por fuera. Huye de la gente con focú,
de la que hay abundancia en Miami, capital del bembeteo, donde hay
tantos que no pudiendo matar a Fidel de un bombazo quieren matarlo de un
bembazo.
Te quiere, y pide bendiciones para ti a la luna, a la albahaca, a las
nubes, a los montes, al mar, tu amigo, guajiro de Bijarú, de
Remanganangua y de los Remates, de Bayatiquirí y de Baní, de Camagüey y
de Camajuaní, del Cobre y de Jatibonico, tu amigo,
Gastón
PS: Para no iniciados, enumero algunas citas del original, no
demasido precisas en un hombre de la edad del que escribió la carta. En
primer lugar, la alusión al poema de Eliseo Diego, “El sitio en que tan
bien se está”,
Tendrá que ver
cómo mi padre lo decía:
la República.
dibuja el escenario de la amistad/enemistad entre Gastón y Eliseo que tiene varios episodios abundantemente comentados.
La cita martiana, de los
Versos libres (“No música tenaz, me hables del cielo…”), reza en el original:
Si del día penoso a casa vuelvo…
¿Casa dije? no hay casa en tierra ajena!…
¡Roto vuelvo en pedazos encendidos!
Me recojo del suelo: alzo y amaso
Los restos de mí mismo; ávido y triste,
Como un estatuador un Cristo roto:
La cita de Nicolás Guillén (Stalin, Capitán,/ a quien Changó proteja y
a quien resguarde Ochún”) procede de su poema “Una canción a Stalin”.
[Esta carta se publica por cortesía de Cuban Heritage Collection,
University of Miami Libraries. El mecanuscrito digitalizado puede
consultarse
aquí.]http://www.penultimosdias.com/2014/01/05/una-carta-de-gaston-baquero-a-lydia-cabrera/
TOMADO DE: