El propósito que nos anima al crear este nuevo blog es mantener vivo en el recuerdo ese retazo de tierra taína que nos vio nacer: Banes, acercando a todos los Banenses a través de la evocación de imágenes y recuerdos. Es el sitio virtual idóneo para detenerse a conversar, como en los viejos tiempos, relatando anécdotas que nos lleven definitivamente al reencuentro con el pasado. Complementa nuestra exposición una iconografía banense, así como una galería de banenses ilustres.

viernes, 22 de octubre de 2010

Paco Mir: La poesía y los días Por: Julio Pino Miyar TOMADO DE: http://aldeacotidiana.blogspot.com/2010/02/paco-mir-la-poesia-y-los-dias.html


A mis amigos y lectores:

Después de publicar este post en este mismo blog en días pasados, al descargar el archivo de audio con mi poema dedicado a la memoria de nuestro recordado amigo Paco Mir en la excelente voz de Liliana Varela, quien es una de las conductoras del conocido programa "Al Borde de La Palabra", que transmite Radio Arinfo, desde Buenos Aires, Argentina, noté un fenómeno de carácter paranormal, que he querido compartir con todos vosotros. Se trata de la inclusión de un archivo de audio que tenía guardado en mi carpeta de DOCUMENTOS y que se "insertó",  por llamarle de alguna manera al fenómeno, de por sí, insólito, en el archivo que me envió mi buena amiga Patricia Ortiz desde Argentina y que tenía archivado en correos recibidos en mi bandeja de correos de Gmail. Nunca se movió ese archivo de ahí. 

Si descargan el archivo con el poema que aparece justo al final del post, notarán que después que Liliana termina de dar lectura a mi poema y que la música de fondo se detiene, se puede escuchar nítidamente una voz que me nombra; René, con marcado acento anglo.

Esta voz o registro parafónico--el término sicofonía está muy mal empleado- me lo "cambiaron", sustituyendo otro registro que tenía archivado en mi disco duro y que lo había extraido de un sitio web donde daban a conocer ejemplos de parafonías, siguiendo la clasificación que propuso Sarah Wilson Estep, y que consiste en A,B, y C, donde los registros de clase A se escuchan diáfanamente, son completamente inteligibles, las de clase B, hay que educar el oído para tratar de entender su contenido y finalmente, las de clase C, son completamente ininteligibles. Yo tenía un registro con una voz femenina muy dulce que repetía su nombre: Lorna. Una tarde invité a un amigo a cenar y una vez que llegó a casa le pasé mis audífonos para que escuchase esa parafonía tan nítida y se espantó diciéndome: "es que te nombran a tí, dice René". No le dí crédito, de inmediato, pues sólo hacía segundos que yo mismo había escuchado esa misma parafonía y claramete decía Lorna y era una voz femenina. Escuché escéptico de nuevo la grabación y efectivamente, mi amigo estaba en lo cierto, me habían "cambiado" de mi disco duro el regsitro anterior y lo habían sustituido con esa voz masculina que ustedes escucharán si descargan el archivo con el poema "Un Poema Breve para Paco".  Lo insólito es cómo puede insertarse un archivo que tengo en mi carpeta de DOCUMENTOS en otro que extraigo de mis correos recibidos archivados.  Además se pueden fijar en el peso. Cada archivo pesa diferente. Aquí les voy a incluir ambos archivos por separado, para que puedan establecer comparaciones y luego, al final, descarguen el archivo que adjunto en el post.

Los que estamos familiarizados con la casuística paranormal no nos toma por sorpresa estos fenómenos, que sólo vienen a demostrar de modo convincente que existe otra Realidad, y que la vida no empieza en la cuna, ni termina en la tumba.

Aquí les van los archivos por separado:

rene mp3.mp3rene mp3.mp3
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René Dayre - Un poema breve para Paco.mp3
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Paco Mir: La poesía y los días Por: Julio Pino Miyar TOMADO DE: http://aldeacotidiana.blogspot.com/2010/02/paco-mir-la-poesia-y-los-dias.html


Paco Mir: La poesía y los días

Francisco (Paco) Mir Mulet. Banes, Oriente 1953- Isla de la Juventud 1998.

Fue instructor de Literatura, asesor Literario del grupo Teatro Guiñol de la Isla de la Juventud. Presidió la Comisión Permanente de Estudios Martianos.
Obtuvo mención en el género poesía en los concursos David (1976,1979) y el 13 de marzo (1978).

Es autor de los libros.
Proyecto de olvido y esperanza (1981)
Las hojas clínicas (1985)
Pianista en el restauran (1990)
Sinfonía fantástica (1993)
La antología Teatro de los días (1998)
Un pájaro verde y solo (1999)


Libros inéditos
El olvido es un rezago burgués
Animalitos, me aman en sus labios
La resolución de Juaquinito


Banes
Eres la voz acuciante de Francisco Mir gritando:
"¡ No quiero las flores negras !".
René Dayre Abella Hernández





Por Julio Pino Miyar
Este es el ensayo que debí escribir en vida de Francisco Mir, el que él sin dudas debió haber leído, comentado y tal vez disfrutado. Hoy me acompaña la superstición de pensar que los amigos muertos devienen en fantasmas tutelares; en duendes que habitan el lado oscuro y silencioso de las alcobas, que releen por encima de nuestros hombros las escrituras gastando irreverentes la tinta de las plumas.

Cuando me visita una ausencia como esta prefiero sumergirme en la meditación de lo que acaso fue su escritura: la transcripción continua, aunque breve, que hiciera de sus cuitas una sensibilidad asediada; un cuerpo maltratado desde su juventud por la enfermedad y las prolongadas estancias en los hospitales.

Hoy no me cabe dudar sobre la pulsión eminentemente lírica que preestableció los mejores aciertos del poeta que sin dudas fue Francisco Mir. Ensoñaciones diurnas en las que él era próvido, sobre las que construyó al unísono lenguaje y fábula; árbol y pájaro metafóricos; entorno cotidiano, mañanero, de una sensibilidad como la suya eminentemente campesina; la anecdótica reminiscencia familiar nacida en medio de los acordes, a ratos impulsivos, de una perenne y levantisca vocación de poetizar.

Mir era un poeta preocupado por la luz, obsesionado por la idea de una próxima muerte, puesto a sufrir por las limitaciones que progresivamente la enfermedad imponía a su cuerpo. Desde ese ejercicio trino: enfermedad, muerte y luz, esparció su vocación lírica, esperando ingenuamente que la realidad se le develara como se devela el significado de las cosas que duermen en espera que el poeta desate sobre ellas su expresión más vital, su invitación a nupcias.

La luz para Mir no fungía, como se infiere en la doctrina estética del griego Platón, como el vehículo que permite configurar cognoscitivamente al objeto poetizado para entenderlo en su plástica unicidad. La luz, devenía en cambio, para nuestro poeta, en pura focalización escénica, bajo la cual lograba la exteriorización dramática de su discurso poemático. Luz que cobraba en él un efecto teatralizador sobre el que debía ejecutar la pieza de su vida; de su enfermedad y de su muerte. Siendo, por tanto, su propia vida la esencia imperiosamente buscada, verbal y angustiosamente trasmitida. Recuerdo en Mir, aunque esto pueda suponer para el lector una simple e infundada digresión, que su rostro sanguíneo, su piel lechosa, tenía una forma muy especial de reflejar la luz. Pero, sobre todo, y era eso lo más desconcertante para mí: Francisco Mir temía a la luz. La temía porque afectaba su frágil retina, su piel sensitiva y descubría su propia naturaleza sometida a los hábitos de silencio más dolorosos, que nos remitía a una configuración poemática lograda siempre a medias, acaso inmerecida; sensualmente susurrante, tartamudeante. No es casual que Francisco admirara al poeta francés de las Iluminaciones, Arthur Rimbaud, como a ningún otro poeta. Y como él, en la brevedad de sus versos, padecía de esa “mudez que habla”, que germina desde lo profundo del alto ventisquero de paredes de canto en el que habitan, sumergidos en el fango, el sufrimiento y la vida.


Hay un poema de Mir que tiene la extraña virtud de hacerme volver sobre él en determinados períodos de mi existencia. Es entre todos uno de los que más prefiero, no sólo porque sea uno de los más bellos, sino por ser además el que nos cuenta de sus particulares nupcias con la poesía, mientras escenifica, por centésima vez, su despedida sobre un retablo previamente iluminado:





“Cuando yo muera
—perdona que no dé fechas como hacen los maestros—
tu rostro no se apartará del mío.

(…) Cuando yo muera
perdona que por primera vez no te acompañe:
estaré muy lejos mirándote detenida –siempre mirándote detenida—

Cuando yo muera
han de ser azules mis vestiduras
el color que escogimos de las aguas y los cielos.

Cuando yo muera, tu rostro no se apartará del mío”.


El poeta nació en el extremo oriente de la isla de Cuba, en el pueblito de Banes, en su primera juventud emigró con su familia a la Isla de la Juventud, canjeando un entorno típicamente campesino por otro más proletario, un poco menos rural y vivió alternativamente en La Habana…

Cito estas referencias porque creo que hay una historicidad de la poesía. Un fundamento sociohistórico del quehacer literario y la personalidad psicológica de los poetas. Francisco Mir fue, de algún modo, parte de esa generación campesina que fuera trasladada del campo a la ciudad, separado tempranamente de su familia y de su entorno rural para ir a nutrir las filas del proyecto socioeconómico de la nación. No es casual que haya sido integrante de esa generación de escritores que convirtieron el paisaje campesino en sustancia metafórica de sus creaciones literarias, al tener que revivir la infancia y la adolescencia desde la nostalgia por el paisaje perdido; hijo privilegiado de la reminiscencia, del culto que el pensamiento originario realiza, desde siempre, sobre la expresión lírica y el entorno bucólico.

En Cuba lo que de cierta forma conserva los retazos de una composición bucólica, es el núcleo sobreviviente de la familia económicamente aparcera, que se reparte desde el amanecer sus labores, el cuidado de los animales y divide el tiempo anual en la roturación de la tierra, la siembra y la cosecha. Recuerdo nítidamente que en la primera conversación que tuve con Mir me citó varias veces a Serguei Esenin, el poeta soviético de la tierra. A estas alturas me parece lógico que la reacción lírica, que habitó nuestros predios nacionales de los años 70’ del pasado siglo, frente a la llamada poesía conversacional, fuera sustentada por poetas de origen u orientación campesina. Poesía que tiene para mí su mejor fundamento en la tradición romántica nacional y en la literatura bucólica universal.

No creo que tampoco sea casual que el paradigma cultural del amor biológico sea Dafnis y Cloe, el gran texto pastoril de la Grecia antigua. Dafnis y Cloe son dos adolescentes que se aman, porque sobre ellos late el silente despertar de la necesidad sexual, de la pura pulsión física, que tiene su natural concomitancia con la llegada de la estación de la cópula entre los animales y el crecimiento vegetativo que llena el aire primaveral de esporas. Ese es, sin dudas, el contexto privilegiado del poeta, del creador de origen campesino. Novelas como El rey en el jardín de Senel Paz y Celestino antes del alba de Reinaldo Arenas, se convierten de hecho en obligados referentes del nacimiento simultáneo, en el adolescente del campo, de la sexualidad y la poesía. En mi opinión ambos son textos de aprendizaje como lo son Damian de Hermann Hesse y Retrato del artista adolescente de James Joyce. Novelas cubanas que narran alegóricamente las razones internas del proceso de creación y establecen un paralelo entre la germinación, la flor, la espora y el hombre; el poeta y la sexualidad humana indiferenciada. Obviamente son textos que carecen del fundamento teológico-cultural de las obras europeas antes citadas, porque su nacimiento es ajeno a una tradición occidental que hizo del pecado original, el pilar de la cosmovisión filosófica y literaria. Francisco Mir pudo haber sido el poeta de esa generación situada antes del pecado original. No lo fue. Él, como otros importantes creadores de su generación, se nutrió de las fuentes paradisíacas de la campiña cubana, dejándonos, a partir de eso, un testimonio fragmentario. Sin embargo, sería bueno releer su primer poemario que juzgo su mejor escritura. Quisiera invitar al lector a que medite sobre esta prosa poética que conforma a “Proyecto de olvido y esperanza”:

“Laguna no sabe que los caracoles duermen en la orilla por su vestido ligero (…) Laguna escoge las horas en que los patos salvajes se echan a volar y los perros calman su sed con minúsculas señales de agua, en un vuelo desprendido de sus faldas. Laguna y los peces que, en un único beso, hacen amanecer burbujas doradas en la manigua: guayacanes, biajacas, madres de agua. Laguna y yo nos amamos desde antaño (…) del detalle escondo la herida, padrenuestros y campanillas estallaban a las seis de la mañana, el niño Jesús por un pan se fajaba conmigo, harina, migajas, piedras en las manos y semana santa. Laguna entiende mi tristeza, sus sirenas estrellan la noche, les entrego el laúd que dio origen a la familia: tatarabuelo mambí (…) Laguna empieza en mi pecho, sigue la sabana hasta el nacimiento de la luz en los líquidos y desnuda, a lo lejos, el corazón de la sierra”.


Creo que estamos en presencia de una inusual teogonía campesina. Un texto integrador de los más variados accidentes que constituyen el paisaje cubano. Un paisaje que, en su expresión, quiere cifrarlo todo, reflejado sobre la superficie pulida de la pequeña laguna serrana; seres que la habitan en lo profundo, credos y ave marías; familia y antepasados; laúd francés. Este poemario de Mir, me atrevo a afirmarlo, trae consigo mucho del imaginero medieval, del bestiario creado por los poetas ingenuos, que hace las veces, bajo el horizonte ilimitado de nuestras serranías, duplicado en el reflejo verborante de la laguna y sus patos que vuelan hacia el cielo; de catauro compilador. Tiene a favor suyo la expresión matutina de una gran poesía en gestación que desata, desde su centro, los remolinos oscuros del estuario. No sé cómo la habría catalogado un poeta e investigador como Samuel Feijóo experto en catálogos imposibles y en franquezas campesinas. Feijóo fue nuestro gran poeta naïf. Mientras que Francisco se adelantó a explorar un camino, que de continuarse bien hubiera podido nutrirse de las más copiosas floraciones naturales; la libido del bosque tropical llevada y traída por las abejas entre la muchedumbre de árboles en flor. No sé tampoco si estaríamos entonces frente a una nueva surrealidad tropical que la expresión lírica ha reencontrado en los accidentes propios de la sabana.

Hoy tengo el convencimiento de que Mir intentó con sus visiones y su talento afiebrado, regalarnos un plano poético general, constituido por las relaciones realistas más diversas, que pasa, sin solución de continuidad, de esencialmente descriptivo a expresamente connotativo, metafórico, alegórico. Entregándonos de paso una propuesta de sobrerrealidad que rebasa con creces la mirada visual para incorporar, como parte estrechamente vinculada al paisaje, la sensualidad de su visión, la memoria afectiva y también secular de su existencia. Y del mismo modo que la laguna serrana deviene, en el poema citado, en el epicentro de una cosmovisión que se vuelve sorprendentemente integradora, paridora de mayores e inesperadas relaciones, el poeta, en su expresión, nos muestra con su lenguaje el lado más luminoso de la sensibilidad y la experiencia personal.

Pero la gran controversia que labró la dicotomía cultural por la que anduvieron importantes poetas de la civilización de Occidente, no visita siempre necesariamente los predios de nuestra poesía nacional. Es decir, en Cuba no existe de manera obligada una historicidad cultural que se desarrolle bajo el signo de la contradicción entre lo pagano y lo cristiano; entre una inteligencia puramente sensual de la naturaleza y la naturaleza de una revelación poética eminentemente conceptual, ideal. No es común, por ejemplo, entre nuestros poetas, el repudio ético como respuesta a la energía natural que nos impregna en la campiña de deseos y tentaciones, que es la forma esencial de manifestarse entre nosotros la naturaleza y la propia sensibilidad.

Uno de nuestros más grandes poetas del siglo XIX, José Martí, entendió la religión como una forma pura de sensibilidad. A despecho de la gran tradición romántica que trae en su haber una separación abisal entre las sensaciones, la idea, el concepto, la razón y la realidad sensible. No es que quiera decir con esto que sobre nuestra Isla gravite un paganismo fundamental, que impida la intelección moral que quiera catalogar de mórbido cualquier modo de existencia estrictamente natural del poeta y su poesía. Lo que quiero decir, es que en la campiña cubana las imágenes del deseo se vuelven puras, aun aquellas que fueran originalmente estigmatizadas, condenadas por una secular moralidad imperativa. Y al señalar estas cosas pongo de ejemplo lo que fue o lo que pudo ser la poesía de Francisco Mir. Obviamente, lo mórbido sí nos visita, aunque es más propio del paisaje citadino, del encuentro de la conciencia poética con otras formas de expresión cultural más cosmopolitas y quizás, por eso, menos originarias.

Mir quiso hacer del tema del sufrimiento la fuente de legitimidad de su existencia y el núcleo generador de toda su poesía. Las hojas clínicas, su segundo poemario, está construido de modo intencional sobre esa razón. Mas, las relaciones entre el arte y la vida no están del todo claras, un hilo muy fino pero firme separa a la realidad de la creación; a la experiencia íntima del poeta de lo objetivamente dado. Encontrar en la vida el preciado fundamento de lo que se siente y se escribe, sería como encontrar la clave de sol de la existencia y la poesía. La legitimidad ansiada, perseguida, añorada, justamente allí donde lo que pensamos de nosotros, o escribimos, es lo que somos como un acto tenazmente volitivo de nuestra conciencia, sólo pudiera ser realidad para el poeta dotado de la más alta misión…

En mi opinión, Mir se percató de que el poeta podía, como parte del proyecto de su imaginación, reorganizar el paisaje cubano y anudar un nuevo sistema de referencias entre su experiencia personal y la realidad misma, alterando para eso las usuales perspectivas, el orden de importancia y significado de los accidentes de la geografía. Muchas veces la poesía ha operado así, como gnoseología. De esta manera José María Heredia fue, en la poesía cubana del siglo XIX, el gran descubridor del mar. Martí opuso, por su parte, la sagrada brevedad del “arroyo manso”, como sitio de recogimiento espiritual y de máxima intimidad del espíritu universal, ante la amorfa infinitud indiferenciada del océano que nos rodea y nos limita. Mir en Las hojas clínicas, confinado en su cama de enfermo, percibe su enfermedad como un retiro involuntario de la naturaleza. Los gorriones que vuelan por los amplios espacios del blanco pabellón aparecen, ante sus ojos perennemente asombrados, como una visitación del númen poético que aletea sus alas frente a él.

Dejé de ver a Mir a mediados de 1986, meses después yo partiría al extranjero. En el año 2000 me enteré que hacía sólo unos meses había muerto. Rememorando nuestro último encuentro, el poeta pernoctó en una de las habitaciones disponibles en el departamento que entonces yo tenía en la calle de San Juan Bautista, aledaño a un pequeño, abandonado y derruido cementerio. Francisco se mostró profundamente impresionable, le afectaba la soledad del lugar y no quiso hacerse eco de mis bromas sobre posibles fantasmas y aparecidos… Hoy para mí, evocar estos hechos es como extraer del baúl de los recuerdos a una persona muy especial que dejó marcada huella entre mis afectos. No creo que sea tan importante valorar hasta qué punto Mir encarnó o no con su dolor personal la más verdadera legitimidad que pide encarnar la poesía; porque hay algo en el juicio moral, el moralista sólo atento a nuestros grandes descuidos existenciales, que hiede a fontana abandonada. Una de esas noches transcurridas el poeta nos leyó a un grupo de amigos la versión completa, original y manuscrita, de su poemario Pianista en el restaurant. Fue una excelente velada. Al terminar Francisco estaba exhausto, se había pasado toda la tarde arreglando mi departamento ante la inminente visita, mientras yo le miraba escéptico y sin moverme un ápice.

Un libro, un poema no es en esencia más que unas hojas de papel que contienen un mensaje, quizá una alegórica explicación. Se vuelve extraordinariamente complicado exponer esto en su completa literalidad ante quienes nos leen, pero es así. Porque la literatura en primera instancia (no en la última) no es más que una escritura.

Mir estuvo siempre muy preocupado por el destino de su poesía, así lo demostró, una vez más, aquella noche. La enfermedad padecida tiende a que apreciemos mejor la finitud de la vida y es muy difícil entonces apartarnos de su dimensión dramática. Es algo que el común de los mortales, atareados por el vivir cotidiano, no pueden, o no quieren entender. En el fondo porque les asusta demasiado. Hay, por supuesto, un amaneramiento conformista y pequeño burgués en todo eso que solamente el artista puede hacer denotar, buscando otras formas de reglamentación de la existencia, otra tabla de valores vividos siempre en el límite. No es nada fácil, debo recalcar, llegar a tener en el medio de la vida esta certeza.

Muy pocas cosas son perdurables. De la enfermedad que deviene en parte constituyente de lo que somos, deviene además un modo de expresar lo que somos para intentar explicarnos. Francisco Mir, sumergido en el polvo de sus días, hizo de su escritura una pasión. Creo que es lo más esencial que sobre él puedo decir. En vida de él disfruté como pude y cuanto pude de su amistad y hoy casi no me conmuevo al decir esto. No sé si será el peso de los años lo que nos hace ser mucho menos dramáticos. Aunque al término de los días nos quede, de un modo sobrio o meramente especulativo, la energía tajante de estos versos de Mir:

“A quién le tocara mañana envolverse de blanco,
atados la cabeza y los pies.
A quién le tocara mañana
dejar la palabra en las gavetas de un archivo
y tomar camino definitivo a la tierra.”

Necesito seguir creyendo con él que ese camino definitivo, al que alude como final de su periplo vital, corresponde más a una constante de su espíritu, que al anonadamiento fundamental que el poema, a todas luces, parece sugerir. Y es que la última línea se desliza inesperadamente hacia una distinta acepción enmarcada dentro de la orbita total de su poesía. La de un insobornable regreso al origen para retomar allí, sin preámbulos, las imágenes de siempre; aquellas que nunca debieron de haber partido. Las imágenes que narran, entre nosotros, el convite a la tierra, las últimas nupcias del poeta visceral, inserto definitivamente en el paisaje: la laguna, la yagruma, la tojosa, la campiña estelar…
Hasta aquí el magnífico ensayo de Julio Pino Miyar que hemos extraído del Blog ALDEA COTIDIANA que edita nuestro buen amigo César Hidalgo Torres, en Holguín, Cuba. Yo también he querido sumarme humildemente al homenaje y a continuación comparto con todos mis amigos y lectores mi poema dedicado a la memoria del amigo ausente:
UN POEMA BREVE PARA PACO
       
           A la memoria de Francisco Mir, poeta.

Paco ya tiene su jardín en el país de los nomeolvides.
Su propia fuente.
Un pasto verde
y un campo de girasoles donde se esconde
para escribir poemas.

Paco, al fin, pudo gritarle a la Muerte:
“dime, oh, Muerte, ¿dónde quedó tu victoria?”
Paco, un poeta existencial,  alcanzó al cielo
y se puso a jugar con las estrellas.

© René Dayre Abella


Aquí va el enlace al archivo de audio con la lectura del poema en la voz de Liliana Varela, del programa Al Borde la Palabbra, de Radio Arinfo, Buenos Aires, Argentina.

René Dayre - Un poema breve para Paco.mp3René Dayre - Un poema breve para Paco.mp3
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martes, 5 de octubre de 2010

ESTAMPAS DE BANES POR: HIDELISA VELÁZQUEZ PRATTS


XIV. LOS PARA´OS.

Creo que cada pueblo se gana su individualidad aun cuando el rasgo diferenciador sea valorado como negativo por los mismos que lo habitan.
Banes tiene varios aspectos que lo hacen singular, sui generis.
En este pueblo todo suceso se gana en nombre y como si fuera muy sencillo que cien mil personas se pusieran de acuerdo, el nuevo nombre entra a formar parte de su diccionario municipal.
Hay muchos ejemplos. Mencionaré dos solamente porque el objetivo es uno solo.
Cuando el Gobierno Revolucionario comenzó las obras en Banes, uno de los primeros establecimientos transformados fue el actual restaurante  El Sodito.  Allí se dispuso para la atención al público un largo mostrador sin banquetas ni sillas. Esto motivó que se ganara el nombre de Los Paraos (se oía decir  a menudo Voy a Los Para os, hay tal cosa en Los Para’os. Nadie decía El Sodito.
Por esa época habían construido también el reparto Julio Antonio Mella. Creo que este ha recuperado el nombre, aunque sea por una parte de la población banense. Se lo cambiaron desde que surgió porque los dueños de estas nuevas viviendas menospreciaron los muebles que se les habían entregado con la nueva casa; se decía que los habían utilizado como leña para cocinar. Por tal razón, el reparto adoptó en nombre popular de Los  Para os.
La vox populi es tan fuerte, que determina la forma de decir y una modalidad dada se hace norma que puede, con el tiempo y la tradición, convertirse en norma oficial. Lo popular se manifiesta también en la modificación del participio parados por para’os.
No hay quien pueda con los pueblos cuando ellos se imponen y quieren determinar su destino.

XV. LA  CALLE  DE  LA   CADENA .
Muy temprano, de niña, escuché este nombre porque vivía cerca, casi tocando,   la mencionada calle. Yo me preguntaba: ¿por qué este nombre si no hay ninguna cadena?  Además, su nombre oficial actual es Máximo Gómez.
Buscando en la memoria colectiva del vecindario, llegué a conocer que aquella casa antigua de dos pisos, de madera y muy alta, sita en la esquina contraria a mi casa, tuvo una cadena gruesa y llamativa en el frente.
La casa  o edificio estaba compuesta por seis viviendas en las que vivían seis familias. La cadena se había vuelto tan significativa, que las miradas insistentes de los transeúntes ya molestaban a los inquilinos. Un buen día desapareció la cadena y no quedó claro por qué ni por quién, ni cuándo exactamente.
La calle de la Cadena se nombra aún, y aunque ya no existía tal cadena, el nombre permanece hasta hoy. Tal vez algunos la llamen por el nombre oficial, pero quedan voces que mantienen el nombre popular. 
En las imágenes: El Palacio Municipal, construido en el año 1948, y la playa de Morales, una tarde de tormenta. ( Foto cortesía de Mirtha E. Ruíz)

Sobre la autora:
Hidelisa Velázquez Pratts (1952) Licenciada en Letras y Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Santiago de Cuba. Trabajó desde 1978 en el Instituto José de la Luz y Caballero y a partir de 2001 en la Universidad de Holguín Oscar Lucero Moya. Máster en Historia y Cultura Cubana y Profesora Auxiliar. Autora de artículos y ensayos publicados en periódicos y revistas provinciales y nacionales como Ahora, Juventud Rebelde y Ámbito. Tiene publicaciones en monografías.com e ilustrados.com. Coautora del libro Conferencias de Lingüística (1991). Ha desarrollado distintas investigaciones profesorales y pertenece a las Cátedra Hispanoamericana y a la de Miguel de Cervantes y Saavedra. Ha trabajado en la radio en programas sobre la lengua española.Actualmente reside en Madrid.

lunes, 4 de octubre de 2010

Paco Mir: La poesía y los días Por: Julio Pino Miyar TOMADO DE: http://aldeacotidiana.blogspot.com/2010/02/paco-mir-la-poesia-y-los-dias.html


Paco Mir: La poesía y los días

Francisco (Paco) Mir Mulet. Banes, Oriente 1953- Isla de la Juventud 1998.

Fue instructor de Literatura, asesor Literario del grupo Teatro Guiñol de la Isla de la Juventud. Presidió la Comisión Permanente de Estudios Martianos.
Obtuvo mención en el género poesía en los concursos David (1976,1979) y el 13 de marzo (1978).

Es autor de los libros.
Proyecto de olvido y esperanza (1981)
Las hojas clínicas (1985)
Pianista en el restauran (1990)
Sinfonía fantástica (1993)
La antología Teatro de los días (1998)
Un pájaro verde y solo (1999)


Libros inéditos
El olvido es un rezago burgués
Animalitos, me aman en sus labios
La resolución de Juaquinito


Banes
Eres la voz acuciante de Francisco Mir gritando:
"¡ No quiero las flores negras !".
René Dayre Abella Hernández





Por Julio Pino Miyar
Este es el ensayo que debí escribir en vida de Francisco Mir, el que él sin dudas debió haber leído, comentado y tal vez disfrutado. Hoy me acompaña la superstición de pensar que los amigos muertos devienen en fantasmas tutelares; en duendes que habitan el lado oscuro y silencioso de las alcobas, que releen por encima de nuestros hombros las escrituras gastando irreverentes la tinta de las plumas.

Cuando me visita una ausencia como esta prefiero sumergirme en la meditación de lo que acaso fue su escritura: la transcripción continua, aunque breve, que hiciera de sus cuitas una sensibilidad asediada; un cuerpo maltratado desde su juventud por la enfermedad y las prolongadas estancias en los hospitales.

Hoy no me cabe dudar sobre la pulsión eminentemente lírica que preestableció los mejores aciertos del poeta que sin dudas fue Francisco Mir. Ensoñaciones diurnas en las que él era próvido, sobre las que construyó al unísono lenguaje y fábula; árbol y pájaro metafóricos; entorno cotidiano, mañanero, de una sensibilidad como la suya eminentemente campesina; la anecdótica reminiscencia familiar nacida en medio de los acordes, a ratos impulsivos, de una perenne y levantisca vocación de poetizar.

Mir era un poeta preocupado por la luz, obsesionado por la idea de una próxima muerte, puesto a sufrir por las limitaciones que progresivamente la enfermedad imponía a su cuerpo. Desde ese ejercicio trino: enfermedad, muerte y luz, esparció su vocación lírica, esperando ingenuamente que la realidad se le develara como se devela el significado de las cosas que duermen en espera que el poeta desate sobre ellas su expresión más vital, su invitación a nupcias.

La luz para Mir no fungía, como se infiere en la doctrina estética del griego Platón, como el vehículo que permite configurar cognoscitivamente al objeto poetizado para entenderlo en su plástica unicidad. La luz, devenía en cambio, para nuestro poeta, en pura focalización escénica, bajo la cual lograba la exteriorización dramática de su discurso poemático. Luz que cobraba en él un efecto teatralizador sobre el que debía ejecutar la pieza de su vida; de su enfermedad y de su muerte. Siendo, por tanto, su propia vida la esencia imperiosamente buscada, verbal y angustiosamente trasmitida. Recuerdo en Mir, aunque esto pueda suponer para el lector una simple e infundada digresión, que su rostro sanguíneo, su piel lechosa, tenía una forma muy especial de reflejar la luz. Pero, sobre todo, y era eso lo más desconcertante para mí: Francisco Mir temía a la luz. La temía porque afectaba su frágil retina, su piel sensitiva y descubría su propia naturaleza sometida a los hábitos de silencio más dolorosos, que nos remitía a una configuración poemática lograda siempre a medias, acaso inmerecida; sensualmente susurrante, tartamudeante. No es casual que Francisco admirara al poeta francés de las Iluminaciones, Arthur Rimbaud, como a ningún otro poeta. Y como él, en la brevedad de sus versos, padecía de esa “mudez que habla”, que germina desde lo profundo del alto ventisquero de paredes de canto en el que habitan, sumergidos en el fango, el sufrimiento y la vida.


Hay un poema de Mir que tiene la extraña virtud de hacerme volver sobre él en determinados períodos de mi existencia. Es entre todos uno de los que más prefiero, no sólo porque sea uno de los más bellos, sino por ser además el que nos cuenta de sus particulares nupcias con la poesía, mientras escenifica, por centésima vez, su despedida sobre un retablo previamente iluminado:





“Cuando yo muera
—perdona que no dé fechas como hacen los maestros—
tu rostro no se apartará del mío.

(…) Cuando yo muera
perdona que por primera vez no te acompañe:
estaré muy lejos mirándote detenida –siempre mirándote detenida—

Cuando yo muera
han de ser azules mis vestiduras
el color que escogimos de las aguas y los cielos.

Cuando yo muera, tu rostro no se apartará del mío”.


El poeta nació en el extremo oriente de la isla de Cuba, en el pueblito de Banes, en su primera juventud emigró con su familia a la Isla de la Juventud, canjeando un entorno típicamente campesino por otro más proletario, un poco menos rural y vivió alternativamente en La Habana…

Cito estas referencias porque creo que hay una historicidad de la poesía. Un fundamento sociohistórico del quehacer literario y la personalidad psicológica de los poetas. Francisco Mir fue, de algún modo, parte de esa generación campesina que fuera trasladada del campo a la ciudad, separado tempranamente de su familia y de su entorno rural para ir a nutrir las filas del proyecto socioeconómico de la nación. No es casual que haya sido integrante de esa generación de escritores que convirtieron el paisaje campesino en sustancia metafórica de sus creaciones literarias, al tener que revivir la infancia y la adolescencia desde la nostalgia por el paisaje perdido; hijo privilegiado de la reminiscencia, del culto que el pensamiento originario realiza, desde siempre, sobre la expresión lírica y el entorno bucólico.

En Cuba lo que de cierta forma conserva los retazos de una composición bucólica, es el núcleo sobreviviente de la familia económicamente aparcera, que se reparte desde el amanecer sus labores, el cuidado de los animales y divide el tiempo anual en la roturación de la tierra, la siembra y la cosecha. Recuerdo nítidamente que en la primera conversación que tuve con Mir me citó varias veces a Serguei Esenin, el poeta soviético de la tierra. A estas alturas me parece lógico que la reacción lírica, que habitó nuestros predios nacionales de los años 70’ del pasado siglo, frente a la llamada poesía conversacional, fuera sustentada por poetas de origen u orientación campesina. Poesía que tiene para mí su mejor fundamento en la tradición romántica nacional y en la literatura bucólica universal.

No creo que tampoco sea casual que el paradigma cultural del amor biológico sea Dafnis y Cloe, el gran texto pastoril de la Grecia antigua. Dafnis y Cloe son dos adolescentes que se aman, porque sobre ellos late el silente despertar de la necesidad sexual, de la pura pulsión física, que tiene su natural concomitancia con la llegada de la estación de la cópula entre los animales y el crecimiento vegetativo que llena el aire primaveral de esporas. Ese es, sin dudas, el contexto privilegiado del poeta, del creador de origen campesino. Novelas como El rey en el jardín de Senel Paz y Celestino antes del alba de Reinaldo Arenas, se convierten de hecho en obligados referentes del nacimiento simultáneo, en el adolescente del campo, de la sexualidad y la poesía. En mi opinión ambos son textos de aprendizaje como lo son Damian de Hermann Hesse y Retrato del artista adolescente de James Joyce. Novelas cubanas que narran alegóricamente las razones internas del proceso de creación y establecen un paralelo entre la germinación, la flor, la espora y el hombre; el poeta y la sexualidad humana indiferenciada. Obviamente son textos que carecen del fundamento teológico-cultural de las obras europeas antes citadas, porque su nacimiento es ajeno a una tradición occidental que hizo del pecado original, el pilar de la cosmovisión filosófica y literaria. Francisco Mir pudo haber sido el poeta de esa generación situada antes del pecado original. No lo fue. Él, como otros importantes creadores de su generación, se nutrió de las fuentes paradisíacas de la campiña cubana, dejándonos, a partir de eso, un testimonio fragmentario. Sin embargo, sería bueno releer su primer poemario que juzgo su mejor escritura. Quisiera invitar al lector a que medite sobre esta prosa poética que conforma a “Proyecto de olvido y esperanza”:

“Laguna no sabe que los caracoles duermen en la orilla por su vestido ligero (…) Laguna escoge las horas en que los patos salvajes se echan a volar y los perros calman su sed con minúsculas señales de agua, en un vuelo desprendido de sus faldas. Laguna y los peces que, en un único beso, hacen amanecer burbujas doradas en la manigua: guayacanes, biajacas, madres de agua. Laguna y yo nos amamos desde antaño (…) del detalle escondo la herida, padrenuestros y campanillas estallaban a las seis de la mañana, el niño Jesús por un pan se fajaba conmigo, harina, migajas, piedras en las manos y semana santa. Laguna entiende mi tristeza, sus sirenas estrellan la noche, les entrego el laúd que dio origen a la familia: tatarabuelo mambí (…) Laguna empieza en mi pecho, sigue la sabana hasta el nacimiento de la luz en los líquidos y desnuda, a lo lejos, el corazón de la sierra”.


Creo que estamos en presencia de una inusual teogonía campesina. Un texto integrador de los más variados accidentes que constituyen el paisaje cubano. Un paisaje que, en su expresión, quiere cifrarlo todo, reflejado sobre la superficie pulida de la pequeña laguna serrana; seres que la habitan en lo profundo, credos y ave marías; familia y antepasados; laúd francés. Este poemario de Mir, me atrevo a afirmarlo, trae consigo mucho del imaginero medieval, del bestiario creado por los poetas ingenuos, que hace las veces, bajo el horizonte ilimitado de nuestras serranías, duplicado en el reflejo verborante de la laguna y sus patos que vuelan hacia el cielo; de catauro compilador. Tiene a favor suyo la expresión matutina de una gran poesía en gestación que desata, desde su centro, los remolinos oscuros del estuario. No sé cómo la habría catalogado un poeta e investigador como Samuel Feijóo experto en catálogos imposibles y en franquezas campesinas. Feijóo fue nuestro gran poeta naïf. Mientras que Francisco se adelantó a explorar un camino, que de continuarse bien hubiera podido nutrirse de las más copiosas floraciones naturales; la libido del bosque tropical llevada y traída por las abejas entre la muchedumbre de árboles en flor. No sé tampoco si estaríamos entonces frente a una nueva surrealidad tropical que la expresión lírica ha reencontrado en los accidentes propios de la sabana.

Hoy tengo el convencimiento de que Mir intentó con sus visiones y su talento afiebrado, regalarnos un plano poético general, constituido por las relaciones realistas más diversas, que pasa, sin solución de continuidad, de esencialmente descriptivo a expresamente connotativo, metafórico, alegórico. Entregándonos de paso una propuesta de sobrerrealidad que rebasa con creces la mirada visual para incorporar, como parte estrechamente vinculada al paisaje, la sensualidad de su visión, la memoria afectiva y también secular de su existencia. Y del mismo modo que la laguna serrana deviene, en el poema citado, en el epicentro de una cosmovisión que se vuelve sorprendentemente integradora, paridora de mayores e inesperadas relaciones, el poeta, en su expresión, nos muestra con su lenguaje el lado más luminoso de la sensibilidad y la experiencia personal.

Pero la gran controversia que labró la dicotomía cultural por la que anduvieron importantes poetas de la civilización de Occidente, no visita siempre necesariamente los predios de nuestra poesía nacional. Es decir, en Cuba no existe de manera obligada una historicidad cultural que se desarrolle bajo el signo de la contradicción entre lo pagano y lo cristiano; entre una inteligencia puramente sensual de la naturaleza y la naturaleza de una revelación poética eminentemente conceptual, ideal. No es común, por ejemplo, entre nuestros poetas, el repudio ético como respuesta a la energía natural que nos impregna en la campiña de deseos y tentaciones, que es la forma esencial de manifestarse entre nosotros la naturaleza y la propia sensibilidad.

Uno de nuestros más grandes poetas del siglo XIX, José Martí, entendió la religión como una forma pura de sensibilidad. A despecho de la gran tradición romántica que trae en su haber una separación abisal entre las sensaciones, la idea, el concepto, la razón y la realidad sensible. No es que quiera decir con esto que sobre nuestra Isla gravite un paganismo fundamental, que impida la intelección moral que quiera catalogar de mórbido cualquier modo de existencia estrictamente natural del poeta y su poesía. Lo que quiero decir, es que en la campiña cubana las imágenes del deseo se vuelven puras, aun aquellas que fueran originalmente estigmatizadas, condenadas por una secular moralidad imperativa. Y al señalar estas cosas pongo de ejemplo lo que fue o lo que pudo ser la poesía de Francisco Mir. Obviamente, lo mórbido sí nos visita, aunque es más propio del paisaje citadino, del encuentro de la conciencia poética con otras formas de expresión cultural más cosmopolitas y quizás, por eso, menos originarias.

Mir quiso hacer del tema del sufrimiento la fuente de legitimidad de su existencia y el núcleo generador de toda su poesía. Las hojas clínicas, su segundo poemario, está construido de modo intencional sobre esa razón. Mas, las relaciones entre el arte y la vida no están del todo claras, un hilo muy fino pero firme separa a la realidad de la creación; a la experiencia íntima del poeta de lo objetivamente dado. Encontrar en la vida el preciado fundamento de lo que se siente y se escribe, sería como encontrar la clave de sol de la existencia y la poesía. La legitimidad ansiada, perseguida, añorada, justamente allí donde lo que pensamos de nosotros, o escribimos, es lo que somos como un acto tenazmente volitivo de nuestra conciencia, sólo pudiera ser realidad para el poeta dotado de la más alta misión…

En mi opinión, Mir se percató de que el poeta podía, como parte del proyecto de su imaginación, reorganizar el paisaje cubano y anudar un nuevo sistema de referencias entre su experiencia personal y la realidad misma, alterando para eso las usuales perspectivas, el orden de importancia y significado de los accidentes de la geografía. Muchas veces la poesía ha operado así, como gnoseología. De esta manera José María Heredia fue, en la poesía cubana del siglo XIX, el gran descubridor del mar. Martí opuso, por su parte, la sagrada brevedad del “arroyo manso”, como sitio de recogimiento espiritual y de máxima intimidad del espíritu universal, ante la amorfa infinitud indiferenciada del océano que nos rodea y nos limita. Mir en Las hojas clínicas, confinado en su cama de enfermo, percibe su enfermedad como un retiro involuntario de la naturaleza. Los gorriones que vuelan por los amplios espacios del blanco pabellón aparecen, ante sus ojos perennemente asombrados, como una visitación del númen poético que aletea sus alas frente a él.

Dejé de ver a Mir a mediados de 1986, meses después yo partiría al extranjero. En el año 2000 me enteré que hacía sólo unos meses había muerto. Rememorando nuestro último encuentro, el poeta pernoctó en una de las habitaciones disponibles en el departamento que entonces yo tenía en la calle de San Juan Bautista, aledaño a un pequeño, abandonado y derruido cementerio. Francisco se mostró profundamente impresionable, le afectaba la soledad del lugar y no quiso hacerse eco de mis bromas sobre posibles fantasmas y aparecidos… Hoy para mí, evocar estos hechos es como extraer del baúl de los recuerdos a una persona muy especial que dejó marcada huella entre mis afectos. No creo que sea tan importante valorar hasta qué punto Mir encarnó o no con su dolor personal la más verdadera legitimidad que pide encarnar la poesía; porque hay algo en el juicio moral, el moralista sólo atento a nuestros grandes descuidos existenciales, que hiede a fontana abandonada. Una de esas noches transcurridas el poeta nos leyó a un grupo de amigos la versión completa, original y manuscrita, de su poemario Pianista en el restaurant. Fue una excelente velada. Al terminar Francisco estaba exhausto, se había pasado toda la tarde arreglando mi departamento ante la inminente visita, mientras yo le miraba escéptico y sin moverme un ápice.

Un libro, un poema no es en esencia más que unas hojas de papel que contienen un mensaje, quizá una alegórica explicación. Se vuelve extraordinariamente complicado exponer esto en su completa literalidad ante quienes nos leen, pero es así. Porque la literatura en primera instancia (no en la última) no es más que una escritura.

Mir estuvo siempre muy preocupado por el destino de su poesía, así lo demostró, una vez más, aquella noche. La enfermedad padecida tiende a que apreciemos mejor la finitud de la vida y es muy difícil entonces apartarnos de su dimensión dramática. Es algo que el común de los mortales, atareados por el vivir cotidiano, no pueden, o no quieren entender. En el fondo porque les asusta demasiado. Hay, por supuesto, un amaneramiento conformista y pequeño burgués en todo eso que solamente el artista puede hacer denotar, buscando otras formas de reglamentación de la existencia, otra tabla de valores vividos siempre en el límite. No es nada fácil, debo recalcar, llegar a tener en el medio de la vida esta certeza.

Muy pocas cosas son perdurables. De la enfermedad que deviene en parte constituyente de lo que somos, deviene además un modo de expresar lo que somos para intentar explicarnos. Francisco Mir, sumergido en el polvo de sus días, hizo de su escritura una pasión. Creo que es lo más esencial que sobre él puedo decir. En vida de él disfruté como pude y cuanto pude de su amistad y hoy casi no me conmuevo al decir esto. No sé si será el peso de los años lo que nos hace ser mucho menos dramáticos. Aunque al término de los días nos quede, de un modo sobrio o meramente especulativo, la energía tajante de estos versos de Mir:

“A quién le tocara mañana envolverse de blanco,
atados la cabeza y los pies.
A quién le tocara mañana
dejar la palabra en las gavetas de un archivo
y tomar camino definitivo a la tierra.”

Necesito seguir creyendo con él que ese camino definitivo, al que alude como final de su periplo vital, corresponde más a una constante de su espíritu, que al anonadamiento fundamental que el poema, a todas luces, parece sugerir. Y es que la última línea se desliza inesperadamente hacia una distinta acepción enmarcada dentro de la orbita total de su poesía. La de un insobornable regreso al origen para retomar allí, sin preámbulos, las imágenes de siempre; aquellas que nunca debieron de haber partido. Las imágenes que narran, entre nosotros, el convite a la tierra, las últimas nupcias del poeta visceral, inserto definitivamente en el paisaje: la laguna, la yagruma, la tojosa, la campiña estelar…
Hasta aquí el magnífico ensayo de Julio Pino Miyar que hemos extraído del Blog ALDEA COTIDIANA que edita nuestro buen amigo César Hidalgo Torres, en Holguín, Cuba. Yo también he querido sumarme humildemente al homenaje y a continuación comparto con todos mis amigos y lectores mi poema dedicado a la memoria del amigo ausente:
UN POEMA BREVE PARA PACO
       
           A la memoria de Francisco Mir, poeta.

Paco ya tiene su jardín en el país de los nomeolvides.
Su propia fuente.
Un pasto verde
y un campo de girasoles donde se esconde
para escribir poemas.

Paco, al fin, pudo gritarle a la Muerte:
“dime, oh, Muerte, ¿dónde quedó tu victoria?”
Paco, un poeta existencial,  alcanzó al cielo
y se puso a jugar con las estrellas.

© René Dayre Abella


Aquí va el enlace al archivo de audio con la lectura del poema en la voz de Liliana Varela, del programa Al Borde la Palabbra, de Radio Arinfo, Buenos Aires, Argentina.

René Dayre - Un poema breve para Paco.mp3René Dayre - Un poema breve para Paco.mp3
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UN HERMOSO REGALO A NUESTROS OÍDOS Y A NUESTRO ESPÍRITU.

He querido compartir con mis amables lectores y amigos este archivo de audio con un tema escrito e interpretado por un banense que nos enorgullece: Manuel Salvador
Aquí está, ¡disfrútenlo!
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domingo, 3 de octubre de 2010

Cuántas tareas interesantes y hermosas tienen los historiadores de hoy y de mañana... Hidelisa Velázquez Pratts

Cuántas tareas interesantes y hermosas tienen los historiadores de hoy y de mañana... Hidelisa Velázquez Pratts

De Hidelisa Velázquez Pratt, el El Domingo, 03 de octubre de 2010 a las 3:59

XI. PUEBLO HÍBRIDO.

Cuenta la historia banense y las voces que aún quedan para narrar la vida de entonces, que los  franceses tenían sus barcos, los chinos tenían hoteles –sépase que hoy ya no están- los judíos sus tiendas de ropa; los jamaicanos sus clubes; los moros, tiendas y negocios; los norteamericanos (estadounidenses y canadienses), la mitad del pueblo; los haitianos, los campos.
Hubo otros extranjeros en menos proporción, pero que se dejaron sentir de alguna manera: alemanes,  venezolanos, panameños, chilenos, uruguayos, peruanos, rusos, polacos, japoneses y otros más junto a españoles.
Un pueblo indio primero, híbrido después.
Ahí quedan huellas de unos y de otros: en el museo indocubano, en las construcciones, en las costumbres, en la comida, en la lengua y por qué no: en nuestras venas.
Esa es la historia, un entreteje constante y eterno.

Hidelisa Velázquez Pratts (1952) Licenciada en Letras y Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Santiago de Cuba. Trabajó desde 1978 en el Instituto José de la Luz y Caballero y a partir de 2001 en la Universidad de Holguín Oscar Lucero Moya. Máster en Historia y Cultura Cubana y Profesora Auxiliar. Autora de artículos y ensayos publicados en periódicos y revistas provinciales y nacionales como Ahora, Juventud Rebelde y Ámbito. Tiene publicaciones en monografías.com e ilustrados.com. Coautora del libro Conferencias de Lingüística (1991). Ha desarrollado distintas investigaciones profesorales y pertenece a las Cátedra Hispanoamericana y a la de Miguel de Cervantes y Saavedra. Ha trabajado en la radio en programas sobre la lengua española.Actualmente reside en Madrid.

sábado, 2 de octubre de 2010

BANES EN WIKIPEDIA

Banes          EL CHORRO DE MAITA

De Wikipedia, la enciclopedia libre
Banes

País Bandera de Cuba Cuba
• Provincia Holguín
• Municipio Banes
Ubicación 22°24′49″N 79°57′58″O / 22.41361, -79.96611
• Altitud n/d msnm
• Distancia n/d km a La Habana
Superficie n/d km²
Fundación 1887 (fundada por señores Dumois)
Población 34 452 hab. (2002
población de la ciudad de Banes)
• Densidad n/d hab./km²
Gentilicio Banenses
Banes es uno de 14 municipios que comprende la provincia de Holguín en Cuba, ocupando su extremo septentrional. Por el sur limita con el municipio de Antilla y por el oeste con el de Rafael Freyre y Gibara. Al norte y este le bañan las aguas del Océano Atlántico. Comprendido en su territorio una superficie de 550 kilómetros cuadrados.

[editar] Historia

La ciudad cabecera del municipio fue fundada en 1887. Debe su origen a un caserío situado a orillas del río de su nombre y a consecuencias de la compra, por los señores Dumois, a varios propietarios de tierras que desmontaron para la siembra de plátanos. En agosto de 1896 con motivo de la guerra de Independencia fue destruida, cuando los insurgentes y vecinos que los apoyaron, cumpliendo órdenes del General Máximo Gómez, aplican la estrategia de la tea incendiaria en este asentamiento poblacional y en los campos y áreas de cultivo, destruyendo totalmente la zona, la cual fue reconstruida en el año 1898, dando paso a la floreciente ciudad de calles bien pavimentadas, arboledas como pocas en la isla y lo que fue un intenso movimiento comercial. Es también una de las ciudades heroicas de la historia de Cuba.
Sus barrios comprendían áreas urbanas, otros rurales, como; Ángeles, Berros, Cañadón, Durruthy, Este, Flores, Macabi, Mulas, Oeste, Retrete, Río Seco, Samá, Veguitas y Yaguajay. El aspecto general del terreno en este municipio es llano y ondulado, con algunas montañas en la costa. Es regado por los ríos Banes, Jagüeyes y Negro. Entre sus alturas se destacan la sierra en el barrio Yaguajay, y el punto cumbre es el Pan de Samá que logra los 290 metros de altura. Río Banes que nace en la falda meridional de las lomas de Mulas y va a desembocar a la costa norte por la orilla del puerto de Banes. Este río fue desviado de su curso natural por la United Fruit Company, algunas de cuyas plantaciones de plátanos estaban ubicadas en dicha cuenca. Es además el pueblo donde el 16 de enero de 1901 nació Fulgencio Batista, último presidente antes de la Revolución del primero de enero de 1959. Este pueblo además es el pueblo donde Fidel Castro encontro a su esposa la senora Diaz-Balart. El último alcalde de Banes se llamaba Jaime Pozo, el cual hasta sus últimos días amó a su pueblo y contribuyó con el desarrollo de la ciudad. La base económica del pueblo es el cultivo de la caña de azúcar, el turismo y el comercio. El municipio Banes, o Baní por su nombre según los aborígenes, cuenta con hermosas playas como, Playa Guardalavaca, Puerto Rico, Morales y Punta de Mulas, así como yacimientos arqueológicos que datan de la conquista de América, en el museo Indocubano Baní. En Banes también podrá encontrar zonas agrícolas y ganaderas, en general un lugar acogedor donde lo cotidiano es lo normal.

lunes, 27 de septiembre de 2010

Historia precolombina: Banes (CONTINUACIÓN Y CONCLUSIÓN DEL CURSO)


Capítulo 5:                     GUARDALAVACA, LA PLAYA MÁS HERMOSA DE CUBA
                                            FOTO DE TONY & SUKHI DE LONDON

El proceso de formación de una economía colonial. Los hatos y corrales en la zona de Banes
 
Extrañamente las Encomiendas de Banes no originaron directamente hatos y corrales como ocurrió en otras partes, entre ellas Holguín. No obstante la experiencia acumulada fructificó como mínimo en un hato que debió nacer hacia fines del siglo XVI o principios del siglo XVII: el Hato de Puerto Rico. Puerto Rico es toponimia antigua y su sentido llama la atención hacía la riqueza en el lugar. En torno a la zona todavía circulan leyendas sobre algún fabuloso tesoro oculto por piratas; pero quizás su riqueza original pudo estar vinculada a la explotación de reses y cerdos, complementos sí del comercio de rescate y compañero fiel de la piratería y el corso.
En criterio del historiador César García del Pino hacía 1621 existía en la costa norte de Bayamo el Hato de Puerto Rico, próximo a la bahía de Banes. En ese sitio, en el año apuntado, desembarcaron tropas holandesas que fueron expulsadas por las milicias bayamesas, acontecimiento que permitió recoger la presencia de la posesión informada. No se tienen más datos sobre la historia de esta propiedad.
El desarrollo histórico de la zona de Banes no es patrimonio exclusivo del lugar, durante los tiempos colonial y neocolonial se desplegó fundida a la historia de una región geográfica mayor: las tierras en torno a la bahía de Nipe. Durante la colonia, particularmente desde la segunda mitad del siglo XVII, el tema creciente fue la colonización de sus tierras, destacándose en los finales del siglo XIX el fomento de los productivos enclaves bananeros de Banes y Barrederas; entre 1898 y 1958 el imperio de la United Fruit Company le dio unidad y perspectivas con su enclave azucarero asentado en los ejes central Preston (Punta Tabaco) - puerto de Antilla (Punta Corojal) - central Boston (Cayo Macabí), negocio único luego que la plaga de la cigatoga arrasara sus sembradíos de bananos en la región a finales de la década de 1930.
La estrategia colonizadora conocida de los hateros bayameses se inicia hacía la región Banes - Nipe con la apertura del Hato de San Diego de Alcalá en 1654, por el Alférez Melchor Gama, y el hato de San Fernando en 1703, por Juan Manuel de la Torre, natural de Jamaica y avecindado en Holguín, codueño entre otras posesiones del hato de Las Cuevas. Al interés bayamés se unió el de los hateros de Santiago de Cuba, codueños de la zona oriental de la bahía y los propios intereses político - militares de la monarquía.
Entre 1723 y 1728 se realizaron con Madrid, desde Santiago de Cuba y La Habana, consultas para que se otorgaran por la corona, a los criollos, las despobladas tierras realengas entorno de la bahía de Nipe, con el propósito de fundar una Ciudad, sin aclararse el sitio geográfico preciso de la misma, futuro centro hipotético de las producciones agropecuarias y principalmente tabacaleras que se fomentarían en el lugar. Entre 1733 y 1749 se realizaron para la corona con ese fin tres planos de la zona de la bahía. En 1727, en Madrid se orientó fortificar la estratégica bahía, a solicitud del Gobernador de Santiago de Cuba y se confeccionó un croquis de la bahía con la situación de una proyectada batería en la punta de Saetía.
El avance de las posesiones de los hateros holguineros entorno a la bahía de Nipe se reactivó hacia la década de 1740, veinte años después de la inauguración del pueblo de San Isidoro de Holguín, y se precisó específicamente hacia la zona de Banes. En 1741 se fundó en realengos el corral de Retrete por Jerónimo Moreno a cambio de 70 pesos de posesión que donó para el desarrollo del pueblo de Holguín, el 9 de agosto de 1740. En 1745 el hatero Diego de Ávila y de la Torre denunció el realengo de Tacajó y Bijarú, tierras estimadas por mandato gubernamental desde Santiago de Cuba el año siguiente bajo las denominaciones de hato y corral, estimados en 100 pesos de posesión, teniendo como puntos límites extremos: al sur el arroyo Rancho Nuevo, al este la boca del río Báguano al desembocar en el río Tacajó hasta la desembocadura de este al norte en la bahía de Nipe y por la costa al oeste hasta el embarcadero de Banes, descendiendo de nuevo hacia el sur a una sabanita en el Tibisial lindante con el hato de Alcalá, y de ahí al punto inicial; posesión reconocida oficialmente por la corona a ese dueño mediante una Real Cédula, quince años más tarde, cuando fueron incluidas dentro de las denominadas tierras agraciadas. Estas aperturas, fueron seguidas por las denuncias en realengos, del Corral de Báguano en 1750.

Capítulo 6:

La fundación de la Jurisdicción y la ascensión del pueblo de Holguín al título de Ciudad, en enero de 1752, abrieron vorazmente los apetitos de los hateros locales y estos solicitaron autorización para abrir un grupo de haciendas hacia su costa norte: el Cabildo expuso el interés con el decisivo apoyo de los gobernadores orientales don Alonso de Arcos y Moreno y su sucesor don Lorenzo de Madariaga, sustentándolo en razones financieras, diciendo utilizarían el cobro de los respectivos arrendamientos en beneficio del tesoro del nuevo gobierno local instituido. El Rey les respondió positivamente, aceptándolo, por Real Cédula en Aranjuez de 21 de mayo de 1757. Estas haciendas se ubicaron hacia la franja occidental de la nueva jurisdicción.
Entonces en ese marco le llegó definitivamente su turno a Banes, área realenga todavía no entregada, ubicada hacia el extremo oriental jurisdiccional. Así, en 1758 se abrió el corral de esa denominación, adjudicado al pardo Gabriel Ortuño Guzmán, nacido en 1719, hijo de los bayameses Gabriel y María. Estaba casado con Manuela Ricardo (nacida en 1735) y tenía como hijos a Salvador (nacido en 1753) y a Rosa (nacida en 1763).
Al parecer Gabriel tenía dos hermanos, uno, Juan, nacido en Bayamo en 1728 y fallecido en Holguín el 12 de abril de 1764, matrimoniado el 19 de marzo de 1739 con María Sánchez Velázquez, y otro, llamado Joaquín, hijo natural, del que sólo sabemos se casó el 22 de enero de 1748, con la bayamesa María Rubio Real. Parecen ser sobrinos suyos, Isidro (nacido en 1757) y María (nacida en 1760), de los que ahora no conocemos los padres.
Alrededor de la fecha de la apertura del corral de Banes, también otras posesiones se inauguraron en realengos en su entorno y proximidades. El hato de San Antonio de las Mulas o Punta de Mulas fue denunciado por Juan Ramírez de la Rosa, el corral de Samá de Salvador Hernández, el corral de los Berros por Cristóbal Guerrero y el corral de Yagüajay por Francisco Hernández. Estas haciendas, como la de Banes, se organizaron bajo el modelo estructural de haciendas comuneras.
De acuerdo a la legislación colonial entonces en boga, un corral equivalía a la superficie de una posesión circular de una legua provincial de radio, con una superficie equivalente a 842 caballerías de tierra, hacienda dedicada a la crianza principalmente de cerdos, mientras los hatos, se dedicaban preferentemente a la cría extensiva del ganado vacuno, aunque en la práctica operaban como haciendas autosuficientes con sitios de labor dedicados a los cultivos menores y a la crianza de cerdos y aves de corral. Para 1767 el corral de Banes estaba valuado en 60 pesos de posesión y debiendo pagar por su explotación al ramo de propios un censo anual de 253 reales; pero por datos posteriores parece que antes de los mediados de la década del setenta, avaluó ante el Cabildo su posesión en no menos de 100 pesos de tierra.
En 1775 Gabriel explotaba el sitio auxiliado por su hijo Salvador y dos matrimonios agregados, de sus dos sobrinos. Este año, el 10 de julio, Gabriel permutó con Francisco Antonio Castellanos de Guevara, en representación de su padre, el acaudalado notario local Lorenzo Castellanos Cisneros, 100 pesos de su posesión banense por una cifra similar de pesos de posesión en San Lorenzo de los Cocos, hato y corral de Uñas. De esta manera, el corral de Banes pasó formalmente al clan de los Castellanos, teniendo en límites: "por una parte con el corral de los Berros en Tasajeras, y por la otra parte con el del Retrete en los Jagüeyes y por este abajo al camino que va a las Mulas donde está puesta una cruz de jiquí a salir a Puerto Rico por toda la mar y costa de la bahía de Banes". Para 1777, Gabriel aún poseía en el corral de Banes treinta y tres cerdos y dos equinos, última información conservada que lo vincula a esta posesión.

Capítulo 7:

La zona de Banes en el contexto cultural holguinero de principios del siglo 
En el plano político administrativo la zona de Banes vivió pocos cambios en el Siglo XIX. Si entre 1760 y 1800 había sido un punto más dentro del Partido de Almirante, entre 1804 1854 se le ascendió a la categoría de Partido bajo la denominación Banes, con los cuartones: Río Seco, Mulas, Banes, Tasajeras y El Ramón. Finalmente la nueva división política administrativa asumida entre 1854 y 1878 suprimió los Partidos aledaños de Banes y Tacajó, reestructurando los cuartones respectivos ahora denominados: Samá, Banes, Berros, Retrete, Tacajó y Bijarú, y sumándolos a los de Alcalá, Tasajeras y Bariay, constituyendo con todos ellos, el nuevo Partido de tercera clase, denominado Bariay.

Hacia los inicios del siglo XIX la aún poderosa familia holguinera González de Rivera, poseedora entre otras tierras del Hato de Bariay, comenzó a asentarse más ampliamente en el hato de los Berros, iniciándose la reducción del poder de la familia Guerrero en el lugar. En 1807, Pedro Guerrero le vendió a Juan Francisco González Rivera de la Cruz, 335 pesos de posesión en los Berros; en este propio año Juan Francisco testó y declaró ser el poseedor de la hacienda de los Berros y Tacajó, la cual dijo le había costado 3 000 pesos. Más tarde, en 1831, Manuela González, su viuda, le vendió a su hijo Manuel de Jesús, 500 pesos de posesión en la hacienda en el sitio de Tasajeras, dato que indica que los González le habían dado creces a su propiedad antes de ese instante.

Para 1817 en el partido de Banes se reportaron 5 haciendas (el 8,2% de todas las de la Jurisdicción) y 5 sitios de labor (el 1,04% de toda la Jurisdicción) con un total de 3 296 caballerías de tierras. Entonces existían en su territorio 268 habitantes, de ellos 114 blancos, 53 libertos y 101 esclavos, dato demográfico de interés que muestra que el 57,46% de la población era de origen africano. El que el 37,68% de los habitantes fueran esclavos apuntan hacia un determinado peso de la agricultura de tendencia mercantil en el área.

El 13 de octubre de 1819, luego de decretarse la ley que puso fin al régimen precapitalista posesionario sobre el suelo y reconocedora del derecho capitalista a la plena propiedad sobre la tierra, la hacienda de Banes fue redimida en 1 500 pesos, estando repartida esta heredad de los Castellanos, entre el principeño Lorenzo Castellanos Francia y sus primas habaneras Justa e Isabel Uson Castellanos. Suponemos que en alguna de las notarías de Puerto Príncipe debe existir un documento, al parecer el testamento de Lorenzo, aclarador de en qué forma y momento, las hijas de Cecilia Castellanos Francia, se hicieron de la mitad de la hacienda. A cada parte, Castellanos Mojarrieta y Uson Castellanos, le correspondieron 1 498 pesos y 6 reales de posesión, con lo cual para entonces la hacienda se valuaba realmente en casi 3000 pesos.

Durante la segunda década del siglo XIX la oligarquía terrateniente holguinera aún aliada al gobierno colonial discute y promueve varios proyectos en función de acelerar el crecimiento económico jurisdiccional, entre ellos la fundación de un puerto habilitado al comercio, el que se discute entre las bahías de Gibara y Naranjo, la primera ganará la partida con la inauguración de la Batería de Fernando VII en enero de 1817, así como la fundación de nuevas parroquias. En 1820 el arzobispo Joaquín de Osses Alzúa y Cooporacio, acepta a la solicitud del Ayuntamiento Constitucional de Holguín, la multiplicación de la parroquial de San Isidoro con la fundación de la Iglesia de San Fulgencio en Auras (se instala en Punta de Yarey, luego poblado de Gibara) y las parroquias de San José (ciudad de Holguín) y Santa Florentina de Retrete, esta última con el objetivo de atender la población del territorio en el extremo norte oriental de la Jurisdicción. Pero según testimoniara el historiador Diego de Ávila y Delmonte 45 años más tarde, por causas de " atenciones mal entendidas y de intereses particulares, " la Iglesia de Santa Florentina se ubicó en la poco poblada hacienda de Bariay, sugerencia que interpretamos como una acusación al influjo particularista de la familia González de Rivera. Finalmente el cura propietario de esa Iglesia, Presbítero Miguel García Ibarra y Bermúdez, logró en 1856 su traslado definitivo para el poblado de Fray Benito.

Para 1827 el gobierno colonial realizó un nuevo intento colonizador sobre la zona de la bahía de Nipe; pero como los planes anteriores el esfuerzo no fructificó en nada concreto. A diferencia de la zona de Banes, área occidental de la bahía de Nipe, en el área oriental de la misma para esta fecha ya hacía varios meses que fructificaba el primer centro urbano de la zona, el Pueblo de San Gregorio de Mayarí, fundado en 1826 al calor de los dueños del corral allí existente que donaron una caballería de tierra para su fundación.

En marzo de 1829, Josefa Mojarrieta, ya viuda de Lorenzo Castellanos Francia, obtuvo de sus sobrinas políticas Justa e Isabel Uson Castellanos, la mitad que les faltaba de la hacienda, unificando todas las tierras bajo su mandato. El 17 de septiembre de 1831, por decisión del Alcalde Ordinario de Puerto Príncipe, Josefa logró la implementación de la voluntad testamentaria de Lorenzo normativa de que la herencia correspondiente a cada uno de sus tres hijos varones (José de la Cruz, Rafael y Manuel), sobre el valor de la hacienda de Banes, se utilizaría en la educación de los mismos.

Durante la década de 1830 el gobierno colonial valoró un plan colonizador en áreas aledañas a la bahía de Banes, el que no llegó a resultados concretos. Para esa fecha dentro de la hacienda de Samá se iniciaba la historia del sitio de Cañadón, explotado inicialmente por la familia Ricardo; con gentes como María de la Cruz Ricardo, viuda de Pedro Batista Rodríguez y Juan A. Ricardo.

Un momento quizás desagradable para los hacendados de Mulas y Banes fue mayo de 1836 cuando el Ayuntamiento holguinero, siempre escaso de fondos llegó a la conclusión de que ambas haciendas adeudaban el importe del censo a propios, señalando como en el lejano año de 1770, este había sido acatado por los dueños respectivos. Para suerte de Manuel Trinidad Ochoa, dueño entonces de la hacienda de Mulas, comprada a Salvador Diéguez, había recibido de este y guardado los documentos que probaban que la misma ya había sido redimida. De la de Banes, entonces representada legalmente por Esteban María Castellanos, sus dueños tampoco sufrieron muchos percances, porque también probaron haberla redimido años antes.

Capítulo 8:

El 25 de junio de 1841 la hacienda de Banes, fue vendida en mancomunidad por Josefa Mojarrieta Sánchez, viuda de Lorenzo Castellanos Francia, al catalán Domingo Marange Dalfau y a su asociado José María Claro, en 3 000 pesos. Marange se había destacado en el comercio local, con residencia oficial en la ciudad de Holguín, viviendo en concubinato con Gregoria Ochoa, la que le dio cinco hijos naturales: Policarpia del Carmen, Domingo, Santos, Francisca y Rita. Claro, estaba casado en segundas nupcias con Juana Rondón, con la que tuvo los hijos José Lorenzo, Inés y Regina. Al comprar la hacienda Marange y Claro acordaron no agregar ninguna otra persona sin el mutuo consentimiento de ambos, correspondiéndole a Claro el sitio principal y una vega en el paraje nombrado Las Vegas de Banes, mientras a Marange le correspondió fundar un sitio nuevo y una vega aledaña a la de Claro. El resto de las tierras se dedicaría a la posesión y cría de animales.

Realmente puede considerarse que es a partir de la gestión productiva del binomio Marange - Claro, que se inicia la real explotación económica de la hacienda de Banes y el despegue cuantitativo de la población en el lugar.

Para 1842, un padrón de vecinos caracterizó a ocho de las principales haciendas del lugar, según documento confeccionado a fines de ese año por Juan Calzadilla. Los datos testimonian la expansión de las formas capitalistas de la explotación de peones y arrendatarios, mostrando además como la explotación agrícola y ganadera se expandía; en el documento los conceptos marcados luego de describir cada caso, generalmente refieren su dedicación a la labranza, cría de ganado y de cochinos.

a) La hacienda de Mulas: compuesta por cuatro sitios propiedades los dos primeros de Juan Calzadilla, Isabel Rodríguez y los dos restantes de Manuel Trinidad Ochoa, estos atendidos cada uno por mayorales. El sitio de Isabel esta la había arrendado a Manuel de Feria.

b) La hacienda de Río Seco: compuesta por cuatro sitios, propiedades de Diego González, Candelario Pérez, Dolores Mariño y Manuel Trinidad Ochoa, estos dos últimos atendidos por mayorales.

c) La hacienda de Banes: compuesta por seis sitios, propiedades de José María Claro y Domingo Marange. Claro administraba cinco de los sitios: el primero de su directa posesión que mantenía al partido con su hijo José Lorenzo Claro, Juan de la Cruz y el peón Matías Sánchez. El segundo, trabajado por su yerno Juan Miguel Rondón, el padre de este Miguel Rondón y el peón Joaquín Valenzuela. El tercero, trabajado por su otro yerno, Isidoro Tamayo. El cuarto, trabajado por Manuel Sablón que atendía un colmenar, a la mitad con Claro y, en quinto lugar, el trabajado por Manuel Claro, tal vez hermano de José María. El sexto sitio era directamente de Marange, utilizando los servicios de un mayoral al partido de la cosecha y labranza, a la vez que en su espacio vivía un hombre llamado Nicolás, dependiente del comercio ubicado por Marange en el lugar. Este comercio indudablemente actuó como un centro aglutinador de la dispersa población del lugar. El número de sitios, su historia como centro de la capitanía de partido y el comercio allí construido, fueron a fin de cuentas, los cebos que dispararon el papel cualitativo de la hacienda dentro de la zona geopolítica.

d) La hacienda Vega de Banes: compuesta por dos sitios, ambos de Domingo Marange, arrendados respectivamente a Manuel Bravo y Santos Tamayo.

e) La hacienda de Tasajeras: compuesta por nueve sitios, propiedades, tres de José Caridad Hernández, dos de Caridad Mariño y uno respectivamente para José Antonio Mariño, Juan Callo, Nicolás Hidalgo y Manuel Santiesteban. En el caso de José Caridad, en uno utilizaba el trabajo de tres peones, en otro de uno, y n el último lo tenía arrendado a Ufemia Sánchez y sus hijos. Caridad Mariño por su parte, utilizaba a un mayoral y un peón en uno y, en el otro, un mayoral. De los otros propietarios de sitios es destacable el caso de José Antonio Mariño que utilizaba a un mayoral y el trabajo de un peón que labraba una vega de tabaco. También Manuel Santiesteban con un peón hacía producir una vega.

f) La hacienda de Arroyón de Flores: compuesta por dos sitios, propiedad de Antonio de los Santos Ricardo y Miguel Pérez. El primero utilizaba a tres peones y a su familiar Antonio Ricardo, mientras el segundo, tenía tres peones.

g) La hacienda de Cortadera: compuesta por tres sitios propiedades de María de las Nieves, Antonio Hernández y Juan Antonio Calzadilla. María tenía sus tierras arrendadas a Hilario Hernández con un mayoral a desempeño de la labranza, mientras Juan Antonio lo tenía arrendado a salvador y Gustavo Pérez.

h) La hacienda Júcaro y El Ramón: compuesta por tres sitios, todos propiedad de Guillermo Gesti. Al parecer Gesti usufructuaba directamente El Ramón, porque un sitio denominado El Canal lo atendía su hijo Carlos y, el Júcaro lo tenía arrendado a Joaquín Rodríguez, que explotaba el trabajo de un peón.

Capítulo 9:

Banes entre 1850-1867: gestación del proceso político de la independencia
Para las décadas de 1840 - 50 las demoliciones de haciendas llegaron a la zona. Para 1852 ya estaban demolidas las haciendas de Mulas y Río Seco, Tasajeras y San Fernando. Para 1855 la hacienda de Banes también se había demolido y deslindada. En esa fecha los principales propietarios para el área Banes - Júcaro eran 7 personas: Domingo Marange con dos propiedades: La Venturosa y El Paso de Mulas, con 2 peones y 9 esclavos; el inglés Guillermo Gesti con tres propiedades en El Ramón, Corralito y Júcaro, con 2 peones y 6 esclavos; Isidoro Tamayo con una propiedad, 5 peones y 4 esclavos, siendo los otros propietarios: Lorenzo Martínez (San Lorenzo del Carmen), Manuel González (San José) y Vicente de Juan (Saltadero).

Los principales propietarios en la demolida hacienda de Mulas - Río Seco lo fueron: Juan González (sitio de crianza San Juan), Nicolás Rodríguez (sitio Santa Isabel), Manuel Batista (sitio San José), Isidoro Pupo (sitio Santa Fe), Isabel Rodríguez (sitio Santa Julia), los hermanos Tomás (sitio La Caridad), Miguel Ignacio (sitio La Redención y San Miguel), Antonio (sitio San Antonio) y Diego Ochoa (sitio Santa Isabel), José M. Delgado y Manuel de Feria (sitio La Unión), existiendo un litigio entre los herederos de José María Delgado sobre el sitio san Diego. Y en la de Tasajeras: Caridad Mariño (Sitios San Rafael y Santa Lucía), Francisco Carballosa (sitio Altagracia), Julián Genti (sitio San Carlos), José Antonio Mariño (sitio Los Ángeles), José Ángel Batista (sitio San Agustín), Francisco Batista (sitio La Caridad) y José Hernández (sitio San José).

Para 1852, la actividad productiva en la zona de Banes se caracterizaba por los siguientes índices económicos: Haciendas de cría: 23, Ingenios: 4, Potreros: 22, Sitios y Estancias: 53, Vegas: 6 y Colmenares: 6.

La riqueza ganadera informaba: 233 equinos, 698 vacunos y 8 000 cerdos, entre otros, para un total general de 8 989 animales.

En el plano de la propiedad las haciendas comuneras dominantes aún no estaban claramente deslindadas por agrimensores, lo que complicaba al acción de los propietarios. En el padrón se hace constar que de las 28 caballerías que componían los cuartones, sólo se comprendían en la información 10 porque eran las únicas cercadas, desconociéndose oficialmente el área física de las restantes tierras "por no estar deslindadas y ser comuneras".

Un padrón poblacional del propio año de 1852, fija las características socio económicas del territorio extendido por el cuartón de Banes, cubriendo las áreas de Río Seco, Banes, Tasajeras y Arroyón de Flores (desconocemos para esa fecha los datos de los cuartones vecinos de Samá y los Berros). Entonces, de los 668 habitantes allí reconocidos, en el plano estamentalmente los blancos significaban la mayoría poblacional, con un 50,45% de todos los habitantes, los libertos el 13,62% y los esclavos algo más de un tercio, con un 35,93%.

La población era fundamentalmente joven. El grupo etario entre 1 y 15 años equivalían al 47,75% de toda la población, los adultos entre 16 y 60 años, el 48,45% y los ancianos, un exiguo 3,59%.

Los esclavos informados en el padrón curiosamente presentaban características típicas del sistema esclavista plantacional, por su sobrepoblación masculina y la manifiesta juventud de los esclavos, a pesar de encontrarse en una zona particularmente ganadera y agrícola. El índice de masculinidad era de 1,62 hombres/mujer.

Se ha conservado el padrón gemelo para la zona entorno a Bariay, reportándose para esa área 1 110 habitantes, para una población total en la capitanía, fusionando ambos padrones, de 1 778 habitantes. Respecto a la zona cabecera y occidental del Partido, Banes mostraba el 18,95% de los blancos, el 5,12% de los libertos y el 13, 50% de los esclavos. Su población equivalía al 37,57 de todo el Partido.

Indudablemente el potencial demográfico banense reflejado en los datos indica que este era sólo algo más de un tercio de los de toda la capitanía, una cifra en verdad baja, indicativa de un bajo por ciento de ocupación humana física de la zona; pero ello no es sinónimo de total estancamiento. Del análisis de esta serie de datos, la conclusión posible es que un proceso colonizador se profundizaba en el lugar entre las décadas de 1840 y 1860, proceso que sería cortado por la Guerra de 1868 y luego recuperado en la década de 1880; pero vinculado a la plantación bananera.

Capítulo 10:


En 1853 Domingo Marange realizó su último testamento, acompañado de otros tres instrumentos notariales, aclarando y asegurando las propiedades de su familia en Banes. En su testamento declaró residir oficialmente en la ciudad de Holguín, calle San Pedro No. 20 y poseer además una casita de paja en la villa de Gibara y otra casa de tejas en la hacienda de Banes. Pero Marange era sobre todo un hombre de la actividad mercantil, en la casa banense radicaba la tienda, atendida por su yerno Vicente de Juan y su hija Rita, con cinco esclavos para las labores de la hacienda, estando a la vez asociado con Pablo Palacios y Vicente Gutiérrez, condueños todos de la tienda de Bijarú. Hasta el final de la vida Marange se mantuvo soltero; pero desde 1843 brindó el mayor reconocimiento social a sus hijos naturales. En el testamento y en tres documentos notariales paralelos aclaró que todos heredarían a partes iguales sus riquezas, salvo las excepciones siguientes especificadas sobre la propiedad agraria: su propiedad en la hacienda de Banes la heredaría su hija Francisca y su yerno Manuel González, restándole los sitios: Los Pasos de Mulas adquirido de Miguel Rondón, entregado a su hijo Domingo, y un sitio (sin nombre), de las tierras compradas a Lorenzo Claro, dados a su yerno Lorenzo Martínez y su hija Carmen y finalmente, el sitio agregado a la hacienda por su yerno Vicente de Juan y su hija Rita, levantado en el camino de San Vicente de las Torrenteras. Según Varona Pupo, en un punto conocido como el Almacén de Banes.

Otra muestra del corto número de habitantes del lugar era la situación del alistamiento de los vecinos al cuerpo de voluntarios. Entre marzo y octubre de 1855 se realizó en Banes una reestructuración del cuerpo paramilitar. De ese proceso resalta que en todos los cuartones banenses sólo había 8 armas de fuego y 42 voluntarios estructurados en una compañía de infantería y otra de a caballo. La primera era dirigida por el oficial Juan Caraballosa y la segunda por Félix de Feria.

El 9 de agosto de 1855, el Ministerio de la Guerra de Ultramar, Sección de Fomento, recibió indicación de proyectar un Faro en Punta Lucrecia, uno más a construir o reparar dentro del sistema de alumbrado marítimo de la Isla de Cuba. Esa indicación dio pié al único plan constructivo fomentado por el estado colonial en la zona de Banes, en toda su historia de dominación sobre el territorio. Para abril de 1859 los planos ya estaban concluidos, definiéndose el Faro como de primer orden. Se supuso que la construcción civil, sin incluir el aparato de luz, costaría 80 mil pesos.

Muy interesante resulta la comparación de los documentos originales del censo de población de la zona cerrado el 15 de agosto de 1861, con los datos reportados por Jacobo de la Pezuela y correspondientes al año 1858 y toda la zona del Partido de Bariay.

La cuestión es si en el año 1858 Pezuela le reconoció a todo el Partido de Bariay un total de 2 526 habitantes, nos impacta que el censo de 1861, sólo para los cuartones de Samá, Banes, Berros, Tacajó y Bijarú, los documentos originales informen un total de 3 282 habitantes, una cifra inusitada respecto al total de todo el territorio del Partido. En el plano social, el censo de agosto de 1861, permite apreciar la situación del área banense antes del estallido revolucionario en La Demajagua: Total de habitantes: 1909, de ellos: Blancos: 1612, Libertos: 168 y Esclavos: 129.

Según el reporte censal referido, la población estamentalmente se dividía en un 88,44% de blancos, un 0,87% de libertos y un 6,75% de esclavos, cifras muy diferentes a las ya conocidas de 1817. Ahora el sector poblacional de origen africano equivalía al 7,62% del total (una reducción del 49,84% en 44 años), dato indicativo de la crisis social de la esclavitud, en el lugar.

En el plano habitacional la imagen era la de un mar de bohíos. Casa de mampostería: una, de tabla y tejas: 4, de tabla y guano: 3 y de embarrado y guano: 234. Para 1866 lo típico en el plano económico de la zona de Banes era el predominio de los sitios de labor en las categorías de medianas y pequeñas propiedades y de algunos ingenios y un trapiche dentro del partido de Bariay. Los ingenios y el trapiche eran de tan ínfimo valor que Carlos Rebello no consideró oportuno incluir ninguno de ellos en su estudio sobre el tema azucarero cubano, publicado en 1860.

Para el inicio de la Guerra por la Independencia de Cuba el 10 de octubre de 1868, la zona de Banes era un territorio fundamentalmente boscoso y apartado del desarrollo jurisdiccional holguinero, fomento económico crecido hacia el eje Holguín - Auras - Gibara. Realidad sustentadora del criterio desesperanzado del historiador local don Diego de Ávila y Delmonte, que consideró la zona de la Ensenada en 1865, como un lugar holguinero, simplemente remoto.
NOTA: Con este capítulo hemos llegado al final del curso.