Gastón Baquero perenne y frágil en el azogue
En el centenario del poeta y periodista Gastón Baquero
“La fotografía es el advenimiento de yo mismo como otro”: R. Barthes
I
Miren la mirada
del poeta: miren sus ojos en la cavilación. Un sofá descosido y sucio
resguarda su espalda. ¿Qué designio el de este hombre con esos párpados
desbordados de nostalgia, y la pesadumbre en el rictus de los labios?
José Gastón Eduardo Baquero y Díaz (Banes, Cuba, 4 de mayo, 1914 –
Madrid, España, 15 de mayo, 1997): Gastón Baquero, o mejor: Gastón, así
de simple, como él quería que los jóvenes poetas cubanos, de paso por
Madrid, lo llamaran.
II
Centenario
de uno de los grandes poetas cubanos de todos los tiempos. 4 de mayo,
domingo en un celaje incierto todavía. “Y porque sabe Dios es también el
horror y el vacío del mundo”: el acoso perenne, la infamia. “Y porque
Dios está erguido en el cuerpo luminoso de la verdad / como en el cuerpo
sombrío de la mentira”. Caminamos por el mundo los cubanos con nuestros
poetas desnudos en jardines de geranios taciturnos. Transitamos la
siesta de la tarde con la memoria intacta con una “camisa / vieja y
destartalada / como el ataúd de un ajusticiado”. Siempre que veo al
poeta de Banes mirándome con esa sed que brota de su gesto errabundo, me
detengo un rato para conjurar mi soledad con la suya.
III
Hay
una lámpara inclinada en el soto de cuadernos. Unos cordeles eléctricos
configuran enlaces en la brecha. Selva de palabras amontonadas en los
quicios. El poeta se sabe escoltado por cadencia caligráfica de
argumentos. Quien se fije bien podrá ver un tomo de José Martí colocado
en la cima del collado de libros: ¿los Diarios, los Versos Sencillos, Nuestra América, Flores del destierro…?
Gavetas, cajas, pergaminos. Un ventilador roto no farfulla rachas.
Polvo y consonancia. Cartapacios de abrumados legajos. Traje oscuro.
Sobre las piernas las manos. El nudo de la corbata remata el torso. Miren
la mano derecha: un delta equilibrado y calmoso conforma una
arquitectura de sigilosa y afligida pronunciación. Silencio. La luz de
la cámara susurra el jadeo. El poeta traza el punctun (al decir de Barthes) de estos retratos: no tanto la mímica general, sino la actitud en el instante: es cansado quevediano: aquí estoy en las ruinas de mi yo: “Y si soy sueño, soy un sueño que ya no puede ser borrado”.
IV
“A
veces tu recuerdo me hace daño / como un alfiler clavado en la palma de
la mano. / Pero me das tiempo intemporal, lo eterno, / el olvido del
mundo y de esas horas /que nos van empujando lentamente al vacío”: le
moduló el poeta a Berenice en una apacible canción triste y humilde para
invocar nombres.
V
Las emociones: mis inquietes son propósitos que intentan definir el simulacro del poeta en su estudio, espacio de incertidumbre: espectáculo doble: yo miro, pero él también mira: aspiración y desafío: curiosidad y reto: Spectrumdual, diría Roland Barthes. El poeta en complicidad con el fotógrafo ha conformado un hecho, un hacer, una delineación empírica, presunción de las potenciales miradas.
Todo referente es ficción: el poeta expatriado lo sabe: lo pone de
manifiesto frente a nosotros. Se expone, se desnuda. Impele sus arcanos
sobre la ingenuidad de nuestros alarmes. Echen un vistazo a la
insinuación (¿metonimia?) de toda la puesta en escena (máscara: sentido:
pureza): ofrenda: glosa: performance: enunciado: soy al margen de lo que ustedes piensan que soy, parece exclamar —en la elipsis de sus muecas (“La vida no es sino una sombra errante”)—, el autor de Poemas Invisibles
(1991). “Yo no sé escribir y soy un inocente. / Nunca he sabido para
qué sirve la escritura y soy un inocente. / No sé escribir, mi alma no
sabe otra cosa que estar viva”: aquí el empeño a la luz: aquí lo expongo
al tiempo de la conciliación.
VI
Manos de albañil y alfarero: resplandor alucinante de la sombra frente al azogue. La remembranza: prosodia que martillea la presencia: es: emanación. Las manos del poeta se prorrogan
más allá de su cuerpo: “Sintiendo mi fantasma venidero / bajo el
disfraz corpóreo en que resido, / nunca acierto a saber si vivo o muero /
y si sombra soy o cuerpo he sido”. Albañil que levanta una perpetua y
serena música; alfarero en “la noche interminable de los ciegos”. En la
orfandad del exilio, el poeta sueña el sueño de la soledad en un vergel
habitado por infantes ansiosos que mastican gladiolos en contornos
nebulosos: sahumerios manchados de vidriosas sutilezas.
VII
Contingencia
fraterna. Modelo (poeta) y fotógrafo en complicidad signada en un
espacio en el que la semántica se taja y se corrompe a favor de
concurrencias: entronques: retumbos: ecos en la tramoya del deseo. La
fotografía: relato espurio: subversión mitológica. Las fulguraciones
aquí, se apropian de las manos: extensiones que reverberan en la
dicotomía: Mirada del espectador (lector)/Mirada del poeta mirado
por el artista de la lente. “Parece que estoy solo, / diríase que soy
una isla, un sordomudo, un estéril. / Parece que estoy solo, viudo de
amor, errante”. Pero, no: el tiempo fotográfico eterniza “los dolorosos bosques de la memoria”.
VII
Los
cubanos cargamos con nuestros poetas en este éxodo de 55 años:
desvaríos, incendio de luz, crepúsculo descalzo, girasoles mudos... Testamento del pez
“como un río de abejas silenciosas, / como un rostro inocente de
manzana, / como un niño que dice acepto y pone su mejilla” como el
desdeño de todos estos años. La poesía de Gastón Baquero nos advierte
que “habrá testigos, y si no es el hombre será / el cielo quien recuerde
siempre / que ha pasado un rumoroso cortejo, lleno de vestimentas” y
tulipanes marchitos. Miren sus ojos de adagio assai rabiosamente lamiendo el ángelus que nos quitaron.TOMADO DE: http://www.cubaencuentro.com/cultura/articulos/gaston-baquero-perenne-y-fragil-en-el-azogue-317826
No hay comentarios:
Publicar un comentario