El propósito que nos anima al crear este nuevo blog es mantener vivo en el recuerdo ese retazo de tierra taína que nos vio nacer: Banes, acercando a todos los Banenses a través de la evocación de imágenes y recuerdos. Es el sitio virtual idóneo para detenerse a conversar, como en los viejos tiempos, relatando anécdotas que nos lleven definitivamente al reencuentro con el pasado. Complementa nuestra exposición una iconografía banense, así como una galería de banenses ilustres.

sábado, 25 de diciembre de 2010

MIS POEMAS EN GRAFOSCOPIO

RENE DAYRE ABELLA: POEMAS

RETRATO DEL OTRO


Ese hombre de la mirada adusta
que ensaya sin lograr una sonrisa
delante de un espejo.

Ese sujeto torpe que enreda sus pisadas
entre libros y juguetes al descuido
que revuelve las piedras arañando la tierra
y dialoga con árboles y ríos
desandando caminos.

Ese loco que increpa a la montaña,
al cielo, a las estrellas en la noche.
Que llama al sol su amigo.

Ese infeliz que sufre de delirio
puede ¿por qué dudarlo?
tratarse de mí mismo.


PAR DELICATESSE J´AI PERDU MA VIE


Oisive jeunesse à tout asservie
Par délicatesse j’ai perdu ma vie…
Arthur Rimbaud


Muero cuando aún no termino mi máscara
y mi parteniere se cansó de bailar.

Muero de sorpresa cuando me invento viajes a lo ignoto
y el tiempo se alza ante mis ojos como una nube
ocultándome lo adorable.

Muero de rabia en el momento menos oportuno.

De todos modos termino mi poema
con una frase lapidaria:
“Por delicadeza he perdido mi vida”.


DESTIERROS

Yo tuve una casa y un patio.
Un ocuje, un quebracho y también un limonero.
Yo tuve un hermano pequeño con quien jugar
y unos padres tan viejos que parecían abuelos.

Un día nos arrastraron a vivir a una ciudad.
Nos llevaron a vivir a una casita pegada a otra casita y a otra casita más
sin patio y sin ocujes.
Apenas una mata de higuereta
para jugar bajo su sombra a las canicas.

Creciendo entre libros y papeles
se me ocurrió aprender el arte de las letras.
Que me enseñaran cómo escribir poemas.

Me fui a La Habana a estudiar Licenciatura
y me enviaron al campo a ordeñar vacas
por aquello de estar " parametrado ".

Un día infeliz. Una mañana
me llevaron a un cuartico improvisado
en un " complejo de hormigón ".

Techo y paredes de " hormigón "
y un tipo con alma de " hormigón "
me espetó justo a la cara:
"no cabes en el país. ¡Vas a largarte! ".

A la distancia de los años me pregunto:
"¿tuvo ese tipo alguna vez una casa y un patio,
un ocuje, un quebracho , un limonero,
un hermano con quien jugar y unos padres tan viejos
que al mirarlos los confundían a veces con abuelos ? "

SOLITUDE IV

A Ivette Marie, por si un día le asalta la soledad.

En aquel viejo templo
Sostenido apenas por cariátides que se desmoronan
Y los espectros deambulan con los ojos y los labios calcinados,
Te descubro espiándome desde un rincón.
Oh, tú, mi antigua compañera.
Y te unes al desfile espectral,
Para luego desvanecerte en la nada,
Y regresar rediviva en las notas lánguidas de un adagio.


UN POEMA PARA ÁNGEL


Te sueño en medio de una plaza
de las que pintaba De Chirico.

Te envuelves en laxitud y te dejas llevar
desdibujándote lentamente
delante de mis ojos.

Al final sólo me queda tu sonrisa
y la inmensa vacuidad de aquella plaza.


PEQUEÑA ODA A LA SOLEDAD

A Miguel Ángel Mondragón Ruíz,
quien se propuso acompañar mi soledad.

¡Oh, soledad que me acompañas
en este samsara interminable!

Persiguiendo cualquier grieta o vacío de mi yo.

De pie frente a mí.
Poblando de fantasmas
las cuatro esquinas de mi casa.

Soledad amiga de la noche y del silencio.

De los grandes espacios.

Amarga cicuta. Preludio ineludible de mi agonía.

Te paseas con tu olor a muerte
sobre el rostro de los agonizantes.

Oh, soledad que me acosas
espiándome desde dentro.
Aplastándome con el peso de una lápida.

Imposible evitar lo inevitable.

Te veo venir casi desnuda
provocando una ola de estupor en mis entrañas.

Tómame de la mano y llévame contigo.
Ayúdame a cruzar sin miedo
la delgada frontera de lo desconocido .


SUEÑOS

A Lucevan vagh Owen Berg, hermano en la poesía.

Anoche me soñé pez
muriendo a pedacitos.
Luego soñé la luna
escondida en una caja de zapatos.


Una fila de hormigas movía una araña.
-¡Niño, no te manches la ropa, ni los zapatos blancos ¡- .


Quise soñarme hombre y me soñé poeta,
un infeliz que sueña
escondiéndose siempre de la Muerte.


RENÉ DAYRE ABELLA (Banes, Oriente, Cuba, 1945). Poeta y narrador. Estudió en el antiguo Instituto Pedagógico Manuel Ascunce Domenech.  Mientras se desempeñaba como profesor, fue promotor cultural.  Integró la Columna Juvenil de Escritores y Artistas de Oriente, donde dio a conocer sus primeros intentos literarios. Una muestra de su poética aparece en la Muestra de la Poesía del Siglo Veintiuno de la Sociedad Prometeo de Poesía, de Madrid, España. Es miembro de la Red Mundial de Escritores en Español, REMES, de la Sociedad Peruana de Poetas y de la Sociedad Internacional de Poetas (W.P.S.) con sede en Atenas, Grecia, así como de la Sociedad de Escritores Latinoamericanos y Europeos (SELAE) con sede en Milán, Italia. Desde el año 2004 forma parte de la Redacción de Linden Lane Magazine, el tabloide literario fundado por los poetas Belkis Cuza Malé y Heberto Padilla en New Jersey, en el año 1982, y que se ha vuelto el decano de la prensa literaria cubana exiliada. Colabora con revistas literarias digitales e impresas de Cuba, República Dominicana, Argentina, Venezuela, Perú, España y los Estados Unidos. Mantiene inéditos los poemarios: Poesía Repartida, Poeta en la luna de Cuba, Alvenix, un ángel, y Golpes en la Pared.
Su libro de relatos testimoniales Banes: La piel de la memoria, se encuentra en proceso de edición. Desde el año 1980 reside en California, Estados Unidos.

Un breve poema para Paco

miércoles, 15 de diciembre de 2010

BANES, PRESENCIA REDIVIVA. (POEMA)


"La tierra te duele,
la tierra te da
en medio del alma
si no la ves más"....
Fragmento de la canción " Mi Tierra"
Autor: Estéfano.

BANES, PRESENCIA REDIVIVA.

Eres un punto diminuto
en la geografía de un país.

El ala negra de un totí.

Un vuelo de zunzunes
persiguiendo bijiritas.

Eres la sombra de un ocuje
y el sabor agridulce del marañón.

Eres el río Reventón
y el Charco de las Putas.

La vieja ceiba de la calle Mulas,
La Piedra del Pescuezo y el Monte Lamusén.

Eres la voz negra de un conjuro.
Los tres kilos prietos de un bilongo.

Eres Yemayá. Eres mi ancestro.
El caudal impetuoso de la sangre
que rompe mis arterias.

Eres la sobriedad de un viejo mueble
en la casa de Isolina.

Eres mi infancia desteñida
muriendo poco a poco.

Eres la ancianidad ennoblecida de mis padres.
La calidez de una sonrisa de mi hermano.

Eres Alfredo, Carlín, Pedro Quiñones,
amigos entrañables, solidarios.

Eres la nada existencial.

Eres la poesía mordiéndome los huesos,
despedazando el alma.

 ¡Eres Otto, Charles, Mario Peña,
diciendo sus poemas entre lágrimas!

Eres la voz acuciante de Francisco Mir gritando:
“No quiero las flores negras!".

Eres una noche de tertulia
en la casa de Pepito.

Eres el flagelo de un estigma
impuesto gratuito
que me llevó a vivir
casi a escondidas.

Eres una imagen desprendida del recuerdo
que hoy se puso a morir en el silencio.

Eres todo eso y eres más.
Eres la presencia rediviva de la tierra.
Un grito que enmudece entre mis huesos.
Eres la Patria en mí. Eres yo mismo

© René Dayre Abella

martes, 14 de diciembre de 2010














René Dayre Abella

Poeta y narrador cubano. (Banes, 1945)
Realizó sus primeros estudios en su localidad y luego los continuó en el antiguo Instituto Pedagógico Manuel Ascunce Domenech, en Topes de Collantes, Sancti Spiritus, en el centro del país.
Fue promotor cultural mientras ejercía la docencia.
De joven integró la Columna Juvenil de Escritores y Artistas de Oriente, donde dio a conocer sus primeros intentos literarios.
El Diccionario de Escritores Holguineros recoge su ficha biográfica. Una muestra de su poética aparece en la Muestra de la Poesía del Siglo Veintiuno de la Sociedad Prometeo de Poesía, de Madrid, España.
Es miembro de la Red Mundial de Escritores en Español, REMES, de la Sociedad Peruana de Poetas y de la Sociedad Internacional de Poetas (W.P.S.) con sede en Atenas, Grecia, así como de la Sociedad de Escritores Latinoamericanos y Europeos (SELAE) con sede en Milán, Italia. Desde el año 2004 forma parte de la Redacción de Linden Lane Magazine, el tabloide literario fundado por los poetas Belkis Cuza Malé y Heberto Padilla en New Jersey, en el año 1982, y que se ha vuelto el decano de la prensa literaria cubana exiliada.
Colabora con revistas literarias digitales e impresas de Cuba, República Dominicana, Argentina, Venezuela, Perú, España y los Estados Unidos. Mantiene inéditos los poemarios: Poesía Repartida, Poeta en la luna de Cuba, Alvenix, un ángel, y Golpes en la Pared.
Su libro de relatos testimoniales Banes: La Piel de la Memoria, se encuentra en proceso de edición. Desde el año 1980 reside en California, Estados Unidos.

MENSAJE ESCRITO SOBRE UNA POST CARD

¿Me reconoces?

Me nombran Art, Ringo o Rudy ...
El nombre no importa como tampoco importa mi nacionalidad .

Soy el niño que salió a caminar una noche
atraído por las luces de la gran ciudad
y se perdió en ella .

Sufrí hambre, frío , abandono ...
y un " piadoso hombre de dios " ,
un falso cura o un inescrupuloso maestro de escuela
me tomó de la mano arrinconándome en el lugar más oscuro
y me violó .

El resto es historia conocida.
Robo para comer y cuando no me drogo
para olvidar el hambre.

¿De veras no me reconoces?
Mira atento dentro de mis ojos.
Soy la simiente que dejaste una noche de ebriedad
en las entrañas vírgenes de una niña, que como yo,
caminaba perdida entre las luces de la gran ciudad.

René Dayre Abella

P.-S.
* El poema me lo inspiró el dibujo " Corazón roto de un niño " del joven artista Alvenix ( Miguel Ángel Mondragón Ruíz) quien reside en Tultitlán, México.
Este artículo tiene © del autor
y no se puede utilizar sin su expreso consentimiento.



Miguel Ángel Mondragón Ruíz
Nací en Zumpango, Estado de México, México, en la fecha 6 de agosto de 1985.
Cursé los estudios primarios y preuniversitarios en el mismo estado.
En la actualidad, soy Laboratorista Quimico y me aficiono al dibujo desde pequeño.
Además de colaborar con M.C.H envío regularmente mis modestos trabajos a "Taborri Press" y "La Peregrina Magazine".
Me apasionan el cine, las artes plasticas y la literatura en particular.


domingo, 12 de diciembre de 2010

MIS POEMAS EN [MUNDO CULTURAL HISPANO] Les nouveautés depuis le 28 de noviembre de 2010

Selección de poemas de René Dayre Abella USA

 Abril es siempre cruel


  
April is the cruelest month ...
    -T.S. Eliot-
Abril es odioso.
Pone a soñar a los poetas.
Alborota a los púberes
y derrama perfumes.

En el trópico apabulla a los viejos
echándoles a perder la vida a más de uno.

No olvida a los lirios y los hace parir flores
que luego se marchitan al sol.

Inspira casi siempre a los escribidores
largas apologías de lo cursi.

Taimado y cruel abril propicia siempre despedidas
que muy pronto se vuelven definitivas.

T.S. Eliot siempre tuvo la razón
abril es el mes más cruel del año.


A SABINES
 Al mayor de los amorosos, Don Jaime Sabines.
Dinos, Poeta, con una nueva voz prestada por el viento
en una noche de tormenta,
con la furia de los grandes aguaceros,
y el estrépito sonoro de un largo trueno,
qué rayos se esconde tras la muerte.
Cuéntanos en ese estilo coloquial, tan tuyo,
alguna nueva anécdota de la tía Chofi
o del mayor Sabines.
Con unas manos nuevas hechas de lluvia
escribe para nosotros otra vez,
un largo y monumental poema.
¡Lo esperamos, Poeta!
¡Lo esperaremos siempre!

APOLOGIA DE LA LOCURA
Tu Silla, y tus Zapatos, Van Gogh,
me comunican laceria y abandono.
El derroche de amarillo en tus cuadros me seduce,
y me lleva a recorrer contigo las estrechas calles de Arlés.
Cómo deploro ese encuentro tuyo con Gaugin.
Y ese arrebato que te llevó a mutilarte un lóbulo
—que no una oreja –
me consterna.
¡Pobre Vincent cubriendo con su soledad
las paredes desnudas de un burdel!
Me aventuro a creer que compartiste con Gaugin la misma puta.
Aquella tal Rachel, que aceptó horrorizada como un regalo tu lóbulo,
envuelto en un pañuelo.
Y que pegaste un grito
cuando el amigo desleal se quiso largar a Tahití,
a pintar nativas robustas y tetudas.
¡Así es la vida, amigo! ¡Así es la vida!
Pero,
quién te iba a decir entonces,
que poco más de un siglo después,
un grupo de chicos españoles posmodernos
revivieran el mítico incidente
nombrándose a sí mismos para tu gloria:
“ La Oreja de Van Gogh “.

BALADA PARA UN SUICIDA
 A Raúl, bailando entre silencios.

Hay palabras que acribillan el aire
y nos caen al fondo como pedradas.
La noticia de tu muerte, por ejemplo,
me dejó sin aliento.

¿Cómo está eso que te fuiste a bailar tu último acto
sin antes avisarnos?

¡Qué delgada es la línea que corta en dos, de cuajo,
los reinos del soy y del ya no soy definitivo!
Todavía te sueño ataviado como Nijinski
haciendo giros en la escena.

Y en uno de esos saltos empinados
te adentraste en ese mundo silencioso
arrastrando torres y canciones.

Tú y tus prisas, Raúl.
¿Acaso se te hizo tan difícil escribir por ejemplo:
“Me voy al Paraíso. Ya regreso”?


CANCIÓN DEL VIEJO ROPERO
 A mamá, si viviera.
Junto a las enaguas dobladas sobre un estante
mi madre también doblaba su juventud marchita
hasta que su galán, mi padre,
la desposara después de haber cumplido los cuarenta.
Aquel viejo ropero
atesoraba recuerdos de juventud ,
las fotos en sepia de sus mejores amigas.
Las corbatas de mi padre.
Los pomos gigantes de Colonia 1800.
y hasta un viejo sombrero.
Luego vendrían las cosas más pequeñas;
una caja llenita de botones.
Un gallito de plástico con quien jugaba mi hermano
y mis primeros textos escolares.
En el cajón del medio, asomaban en fila los cosméticos;
colorete Tres Flores, un frasco de crema Hinds para sus manos
y un pote de crema para embadurnarse el rostro por las noches,
con la vaga esperanza de retener un poco de juventud.

Este artículo tiene © del autor
y no se puede utilizar sin su expreso consentimiento.





René Dayre Abella
[Image] Poeta y narrador cubano. (Banes, 1945) Realizó sus primeros estudios en su localidad y luego los continuó en el antiguo Instituto Pedagógico Manuel Ascunce Domenech, en Topes de Collantes, Sancti Spiritus, en el centro del país. Fue promotor cultural mientras ejercía la docencia. De joven integró la Columna Juvenil de Escritores y Artistas de Oriente, donde dio a conocer sus primeros intentos literarios. El Diccionario de Escritores Holguineros recoge su ficha biográfica. Una muestra de su poética aparece en la Muestra de la Poesía del Siglo Veintiuno de la Sociedad Prometeo de Poesía, de Madrid, España. Es miembro de la Red Mundial de Escritores en Español, REMES, de la Sociedad Peruana de Poetas y de la Sociedad Internacional de Poetas (W.P.S.) con sede en Atenas, Grecia, así como de la Sociedad de Escritores Latinoamericanos y Europeos (SELAE) con sede en Milán, Italia. Desde el año 2004 forma parte de la Redacción de Linden Lane Magazine, el tabloide literario fundado por los poetas Belkis Cuza Malé y Heberto Padilla en New Jersey, en el año 1982, y que se ha vuelto el decano de la prensa literaria cubana exiliada. Colabora con revistas literarias digitales e (...)
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miércoles, 8 de diciembre de 2010

ALBERTO LAURO: VIVIR EN LA CASA DE LEZAMA LIMA

Tener una casa es tener un estilo para combatir el tiempo. J.L.L.

En dos ocasiones fui huésped en la casa de Lezama Lima. Su viuda, María Luisa Bautista Treviño conocía a mi familia paterna. Lo descubrimos cuando el Padre Gaztelu nos presentó. En La Habana se llamaba María Luisa Bautista, para las familias holguineras era simplemente “Cachita”. Su madre, María Treviño, fue una misionera cuáquera mexicana que llegó a Cuba con diecinueve años por el puerto de Gibara, el 14 de noviembre de 1900. Allí fundó el Colegio “Los Amigos”. Cuando en 1902 Estrada Palma arriba a la Isla desde su destierro, ya investido como Presidente de la naciente República de Cuba, desembarca por la bahía de Gibara –por ese mismo lugar había salido al exilio-, y la joven maestra religiosa, junto a la población de la localidad, con su coro de niños, lo recibe. Un año después fundaría el mismo colegio en Banes, se casaría con don Elpidio Bautista y tendrían a Joaquín, Andrea y Cachita. Al cabo de los años la hija de la misionera, profesora de literatura y amiga de Eloísa Lezama Lima, terminará casándose con Lezama (el 5 de diciembre en 1964), a quien admira y cuya obra conoce bien, petición que le hizo doña Rosa Lima en su lecho de muerte. Para doña Rosa, María Luisa era como una hija y no quería que Lezama quedara desamparado. Las hijas verdaderas, Eloísa y Rosita, ya se habían marchado al exilio.
A Trocadero 162 se mudaron los Lezama Lima en 1929, cuando el escritor tenía diecinueve años. Antes habían vivido muy cerca de allí, en una inmensa casona en el Paseo del Prado No. 9, que Lezama recrea en las primeras páginas de Paradiso. Diez años antes, en 1909, había muerto el Coronel Lezama, en Fort Barranca, Pensacola, y la viuda y sus huérfanos se trasladan con sus mueves a otra casa más modesta.
En 1977 me fui de Holguín a estudiar a La Habana. Vivía en una enorme mansión en el exclusivo barrio de El Laguito, en el Country Club. Apenas conocía a nadie en la capital salvo a un compañero de estudios y al Padre Gaztelu. Él fue quien me presentó a Cachita y como yo asistía a la misa dominical del mediodía de la parroquia del Espíritu Santo, conocí allí a sus allegados. En dos ocasiones, por falta de monaguillo, me tocó ayudarle en los oficios dedicados a Lezama cuando se cumplían aniversarios de su muerte. Fue así como de pronto formé parte del círculo íntimo de amigos del autor de Muerte de Narciso.
Pero en una ocasión, habiendo regresado ya a Holguín y de visita en La Habana, el Padre Gaztelu me invitó a alojarme en su iglesia cuando el techo de la parte destinada a vivienda se derrumbó, a consecuencia de un fuerte aguacero. Fue entonces cuando pidió a María Luisa, a quien todo el mundo llamaba por su nombre y yo en público, que me hospedara. Y ella accedió con gusto. Ya sabía que era nieto de su amigo de adolescencia, Aurelio Pino, juez de Holguín y Cañadón, un poblado del término de Banes, en la carretera hacia la playa de Guardalavaca.
La casa de Lezama permanecía como él la había vivido. En la primera ocasión me alojé allí cinco días y apenas dormí, poseído como estaba por el hechizo del lugar, consciente del privilegio que representaba para cualquier aspirante a escritor estar en el “templo de la imagen”. Todo estaba imantado por la energía de aquel alquimista de palabras que la habitara. Allí, más que imaginarlo, lo veía como si estuviera vivo, oficiando sus vigilias, fabulando, hechizado como un gurú en su cripta. Demiurgo en su pequeño cuarto, al que llamaban sus familiares la “Gruta de Delfos”. Siempre escribiendo a mano con una caligrafía muy peculiar.Yo no había cumplido veinte años y ya me fascinaba su mundo, aunque apenas lo entendiera. Sin embargo, leía embrujado por la música de sus palabras y me dejaba llevar por lo que Gaztelu había definido como “una rauda cetrería de metáforas”.
Pintada la fachada con un gris ensombrecido por el hollín, cubierta de polvo, se accede a la casa por una entrada custodiada por dos columnas semisalomónicas. Los enormes muebles apenas dejaban espacio en una sala que reducían aún más, presidida por el enorme retrato del Coronel Lezama en traje de gala y empuñando un sable. Además, enmarcados se veían los retratos de Góngora, Mallarmé y Martí. Las paredes despintadas estaban cubiertas de cuadros, algunos adquiridos por Lezama y otros rescatados de la colección de su hermana Eloísa y su cuñado Orlando. Entre los lienzos, recuerdo a Los novios de Arístides Fernández; Retrato de Eloísa, pintado por Mario Carreño, otro de Lezama realizado por Arche; unos gallos de Mariano; un dibujo de Lozano representando a un hombre desnudo y algunas esculturas suyas de pequeño formato como un pez y un San Francisco; El Coche Musical, de Cleva Solís; un óleo inconcluso de una mujer vestida de rojo, de Víctor Manuel; un galleguito que había cortejado a una pariente de Lezama, pintado por Cundo Bermúdez y, entre los más jóvenes, sin espacio donde colgarlos, varios grabados de Antonio Saura, Umberto Peña y unas piezas de Martínez Pedro, Clara Morera y Sandú Darié.
Todas las habitaciones estaban llenas de estanterías con filas dobles de libros, algunos muy valiosos, como el firmado por Martí. Otros exhibían la firma de autores contemporáneos: Octavio Paz, Wallace Stevens, Vargas Llosa, Juan Goytisolo... En total más de diez mil volúmenes y casi ninguno de obras teatrales.
Había mesas repletas de pirámides de papeles en donde se mezclaban cajas que contenían tabacos, llaves, lápices, plumas, aerosoles contra el asma, botones, abridores de cartas, estilográficas, bolígrafos con la tinta seca, carreteles de hilos, agujas, tarjetas de visitas y cientos de cartas sin clasificar, escritas por Juan Ramón Jiménez, María Zambrano, Adolfo Salazar, Julián Orbón, Cernuda, Zenobia Camprubí, Carlos Fuentes, Vicente Aleixandre, Octavio Paz, Valente, Cortázar, y muchos autores cubanos. Por supuesto, también de los poetas de Orígenes, Loló de la Torriente, Eugenio Florit, Lydia Cabrera y una lista interminable. Los resquicios que quedaban libres lo ocupaban estatuillas, ceniceros, pequeñas tallas, miniaturas, piezas en jade de Buda y de Lao Tsé, un dragón de marfil tallado que tenía un bola en la boca y era como un sonajero, piezas de decoración, chinas, indias, tibetanas, caracoles, monedas... Todo ello, en un abigarramiento al que se sumaba la humedad de las paredes y un olor a gas de la calle que hacía la atmósfera irrespirable. Me preguntaba cómo había podido Lezama vivir allí tantos años con su obesidad, el asma, la disnea y la depresión en la que se sumió desde la separación de sus hermanas y, luego, el juicio contra Heberto Padilla.
Lezama escribía en una pequeña habitación que daba a un cuartito de desahogo. Contigua quedaba la cocina donde atesoraba cientos de cuadernos de recetas, muchas apuntadas a manos, aunque no supiera ni hacerse un café. En el pequeño cuarto del final, con su cama de adolescente, era donde yo dormía. En éste y en la habitación principal había unos mastodónticos armarios repletos de ropa del escritor y la de doña Rosa. Cuando la casa fue definitivamente intervenida por el Estado no se sabe a dónde todo esto fue a parar.
No tenían televisión. Sólo una vieja radio por donde escuchaban a veces música clásica en CMBF y emisoras internacionales, entre ellas Radio Nacional de España, Radio Francia Internacional y muy bajo, para que los vecinos - que de día les hacían la vida imposible con ruidos y la basura que arrojaban al patio central- no los oyeran, La Voz de los Estados Unidos de América y su programa “Cita con Cuba”.
A Cachita le pedí que me dejara ayudarle a organizar un poco durante los días que me iba a quedar allí. Y accedió. Lo primero que hice fue, en el primer patio interior, donde no había ni una sola planta, montar numerosas tendederas con cordeles y colgar de ellos, como si fuera ropa lavada, los cuadernos manuscritos de Paradiso, totalmente humedecidos y algunos enmohecidos. Ella ni siquiera se imaginaba en el estado en que estaban. El primer capítulo lo mecanografió Antonia Soler, los otros Cachita y la vecina de enfrente, la simpática Emilia. De noche, me ponía a revisar, a hurgar, a leer. No dormía. Salvo “secar” la novela, casi nada se podía hacer. Cuando el padre Gaztelu vino a recogerme para ir a tomar el té con las hermanas de la pintora Amelia Peláez y le respondí que prefería quedarme haciendo lo que había comenzado, le oí decir algo que repetía hasta el cansancio: “En este país tenemos que ser émulos de Job”.
En otro de mis viajes a La Habana, Cachita me regaló el primer libro de ensayos de Lezama, Analectas del reloj, dedicado de su puño y letra por el autor a su madre. Me lo ofreció con la foto del día en que se casó, en que aparecen Cintio Vitier y Fina y Bella García Marrúz, Eliseo Diego, Octavio Smith que fue el notario de la boda, los esposos Fernández de Castro, Alejo Carpentier y su esposa Lilia Esteban, Agustín Pí y las hermanas Peláez, entre otros. También me regaló unas plumas, un cenicero que es un cisne con un baño de plata, varios abrecartas y algunas corbatas de Lezama que quedaban, pues casi todas se las había regalado a Umberto Peña, que las utilizó en sus Trapices. Me dio también una foto de Lezama en todo ese ambiente, reinando como un monarca en un océano de papeles, realizada por Chinolope. Cosas que aún conservo. Cuando le conté a Cintio y a Fina lo generosa que era conmigo Cachita, se quedaron demudados. Ellos querían tener un recuerdo de Lezama. Fue entonces que les regalé el marcador que usó mientras estuvo en el hospital y leía El arpa y la sombra, de Alejo Carpentier y un libro de poemas de Cristina Peri Rossi, que le envió Julio Cortázar. Yo me negaba a aceptar aquellos objetos pero Cachita me obligaba diciéndome que ella estaba enferma del corazón, que moriría en cualquier momento y que no estaba segura de que alguien quisiera conservarlos luego. No los considero como propiedad sino como un simple depositario
A Cachita le ayudó en la clasificación del legado otro joven que admiraba a Lezama, Roberto Pérez León. El empeño quedó a medias porque Roberto apenas tenía tiempo libre debido a sus estudios y poco después ella falleció, no sin antes haberle prometido el entonces Ministro de Cultura, Armando Hart, conservar tal cual la vivienda y hacer una Casa-Museo. Estuvo cerrada durante años, hasta que después de litigios, gestiones desagradables e incomprensibles, la llave le fue entregada, con el aval de los Vitier, a Emilio de Armas quien junto a su esposa de entonces, Lourdes Marrero, se mudaron allí con la tarea de hacer un inventario exhaustivo y habitarla. Como yo había sido padrino de la boda de ambos y conocía perfectamente el lugar, vine con ellos a pasar unas semanas en la casa y, por puro azar, me vi durmiendo, de nuevo, en la cama del Lezama adolescente. Lourdes hizo su tarea en folios con el membrete del Museo de la Ciudad, que yo archivé cuando organicé los fondos documentales del Archivo de la Oficina del Historiador de la Ciudad, con una lista completa de objetos, libros y cuadros que encontró. Ya para esa fecha faltaban muchas piezas y libros.
Con nuestros poemas, una noche Emilio y yo le hicimos un homenaje a Lezama delante de la mascarilla de su rostro y sus manos, pintados con un barniz verdoso muy desagradable pues parecía putrefacto. Al principio me daba pavor pasar de madrugada, a oscuras, cerca de ella. Después la compasión me hizo vencer el miedo. Como había mucho incienso de rosas –Cachita era cuáquera, rosacruz, ocultista y bautista, leía lo mismo La Biblia que a Madame Blavatski o Krhisnamurti-, lo encendimos junto a unos cirios. Cuando Lourdes limpió la casa tuvo que echar montones de basura y hasta en las gavetas de los muebles de la sala encontraba objetos inútiles mezclados con cenizas de tabaco.
A finales de 1970, Lezama se había encerrado prácticamente en la casa. Allí se protegía del acoso de las autoridades y de los que le enviaban anónimos y le llamaban por teléfono a altas horas de la noche para amenazarle, insultarle y darle noticias de falsas muertes de personas queridas por él. Hasta de día tenía que tener las luces encendidas porque en su casa nunca daba el sol. En diciembre era una nevera y en agosto un infierno. No tenía ventiladores. El suelo de la sala poco a poco se hundía y el del baño también. De día los gritos de los vecinos eran insoportables y de noche los pleitos impedían dormir.
Durante la limpieza de Lourdes recuerdo que rompí unas planillas de la Embajada de los Estados Unidos a medio llenar. Aunque Lezama no se fue de Cuba, creo que en sus horas de desolación estuvo tentado a hacerlo. El pasaporte lo destruimos Emilio y yo. Antes de irme de Cuba, cuando aún vivía Nélida, la criada que sustituyó a Balduvina y que heredó la propiedad de la parcela en el Cementerio de Colón, y con su aprobación, reparé y pinté con unos albañiles amigos que pagué en dólares –estaban prohibidos en esa fecha-, el panteón de la familia Lezama Lima: estaba rajado y el agua de la lluvia se le colaba dentro.

Ahora recuerdo cuando Cachita me decía que si quería que la policía se enterara de algo, bastaba con llamarla y decírselo por teléfono. Una vez hicimos la prueba. Ella me llamaría a Holguín y me diría que haría una reunión muy importante donde habría extranjeros, a la que yo no debía asistir. Tenía que contestarle que le traería carne de res de contrabando, y le debía precisar el día y la hora en que llegaría a su casa. Pusimos el plan marcha y cuando venía doblando por Prado para coger Trocadero, dos policías se bajaron de un coche de patrulla, me detuvieron y registraron todo lo que llevaba. Buscaban la prueba del delito. Lo que encontraron fue una caja llena de guanábanas y anones de los árboles del patio de mi abuela. Cuando se lo conté, Cachita con una infinita tristeza en sus ojos desgastados, me dijo: “Te lo advertí. ¿Tenía razón o no?”
 
 
 
 

viernes, 22 de octubre de 2010

Paco Mir: La poesía y los días Por: Julio Pino Miyar TOMADO DE: http://aldeacotidiana.blogspot.com/2010/02/paco-mir-la-poesia-y-los-dias.html


A mis amigos y lectores:

Después de publicar este post en este mismo blog en días pasados, al descargar el archivo de audio con mi poema dedicado a la memoria de nuestro recordado amigo Paco Mir en la excelente voz de Liliana Varela, quien es una de las conductoras del conocido programa "Al Borde de La Palabra", que transmite Radio Arinfo, desde Buenos Aires, Argentina, noté un fenómeno de carácter paranormal, que he querido compartir con todos vosotros. Se trata de la inclusión de un archivo de audio que tenía guardado en mi carpeta de DOCUMENTOS y que se "insertó",  por llamarle de alguna manera al fenómeno, de por sí, insólito, en el archivo que me envió mi buena amiga Patricia Ortiz desde Argentina y que tenía archivado en correos recibidos en mi bandeja de correos de Gmail. Nunca se movió ese archivo de ahí. 

Si descargan el archivo con el poema que aparece justo al final del post, notarán que después que Liliana termina de dar lectura a mi poema y que la música de fondo se detiene, se puede escuchar nítidamente una voz que me nombra; René, con marcado acento anglo.

Esta voz o registro parafónico--el término sicofonía está muy mal empleado- me lo "cambiaron", sustituyendo otro registro que tenía archivado en mi disco duro y que lo había extraido de un sitio web donde daban a conocer ejemplos de parafonías, siguiendo la clasificación que propuso Sarah Wilson Estep, y que consiste en A,B, y C, donde los registros de clase A se escuchan diáfanamente, son completamente inteligibles, las de clase B, hay que educar el oído para tratar de entender su contenido y finalmente, las de clase C, son completamente ininteligibles. Yo tenía un registro con una voz femenina muy dulce que repetía su nombre: Lorna. Una tarde invité a un amigo a cenar y una vez que llegó a casa le pasé mis audífonos para que escuchase esa parafonía tan nítida y se espantó diciéndome: "es que te nombran a tí, dice René". No le dí crédito, de inmediato, pues sólo hacía segundos que yo mismo había escuchado esa misma parafonía y claramete decía Lorna y era una voz femenina. Escuché escéptico de nuevo la grabación y efectivamente, mi amigo estaba en lo cierto, me habían "cambiado" de mi disco duro el regsitro anterior y lo habían sustituido con esa voz masculina que ustedes escucharán si descargan el archivo con el poema "Un Poema Breve para Paco".  Lo insólito es cómo puede insertarse un archivo que tengo en mi carpeta de DOCUMENTOS en otro que extraigo de mis correos recibidos archivados.  Además se pueden fijar en el peso. Cada archivo pesa diferente. Aquí les voy a incluir ambos archivos por separado, para que puedan establecer comparaciones y luego, al final, descarguen el archivo que adjunto en el post.

Los que estamos familiarizados con la casuística paranormal no nos toma por sorpresa estos fenómenos, que sólo vienen a demostrar de modo convincente que existe otra Realidad, y que la vida no empieza en la cuna, ni termina en la tumba.

Aquí les van los archivos por separado:

rene mp3.mp3rene mp3.mp3
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René Dayre - Un poema breve para Paco.mp3
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Paco Mir: La poesía y los días Por: Julio Pino Miyar TOMADO DE: http://aldeacotidiana.blogspot.com/2010/02/paco-mir-la-poesia-y-los-dias.html


Paco Mir: La poesía y los días

Francisco (Paco) Mir Mulet. Banes, Oriente 1953- Isla de la Juventud 1998.

Fue instructor de Literatura, asesor Literario del grupo Teatro Guiñol de la Isla de la Juventud. Presidió la Comisión Permanente de Estudios Martianos.
Obtuvo mención en el género poesía en los concursos David (1976,1979) y el 13 de marzo (1978).

Es autor de los libros.
Proyecto de olvido y esperanza (1981)
Las hojas clínicas (1985)
Pianista en el restauran (1990)
Sinfonía fantástica (1993)
La antología Teatro de los días (1998)
Un pájaro verde y solo (1999)


Libros inéditos
El olvido es un rezago burgués
Animalitos, me aman en sus labios
La resolución de Juaquinito


Banes
Eres la voz acuciante de Francisco Mir gritando:
"¡ No quiero las flores negras !".
René Dayre Abella Hernández





Por Julio Pino Miyar
Este es el ensayo que debí escribir en vida de Francisco Mir, el que él sin dudas debió haber leído, comentado y tal vez disfrutado. Hoy me acompaña la superstición de pensar que los amigos muertos devienen en fantasmas tutelares; en duendes que habitan el lado oscuro y silencioso de las alcobas, que releen por encima de nuestros hombros las escrituras gastando irreverentes la tinta de las plumas.

Cuando me visita una ausencia como esta prefiero sumergirme en la meditación de lo que acaso fue su escritura: la transcripción continua, aunque breve, que hiciera de sus cuitas una sensibilidad asediada; un cuerpo maltratado desde su juventud por la enfermedad y las prolongadas estancias en los hospitales.

Hoy no me cabe dudar sobre la pulsión eminentemente lírica que preestableció los mejores aciertos del poeta que sin dudas fue Francisco Mir. Ensoñaciones diurnas en las que él era próvido, sobre las que construyó al unísono lenguaje y fábula; árbol y pájaro metafóricos; entorno cotidiano, mañanero, de una sensibilidad como la suya eminentemente campesina; la anecdótica reminiscencia familiar nacida en medio de los acordes, a ratos impulsivos, de una perenne y levantisca vocación de poetizar.

Mir era un poeta preocupado por la luz, obsesionado por la idea de una próxima muerte, puesto a sufrir por las limitaciones que progresivamente la enfermedad imponía a su cuerpo. Desde ese ejercicio trino: enfermedad, muerte y luz, esparció su vocación lírica, esperando ingenuamente que la realidad se le develara como se devela el significado de las cosas que duermen en espera que el poeta desate sobre ellas su expresión más vital, su invitación a nupcias.

La luz para Mir no fungía, como se infiere en la doctrina estética del griego Platón, como el vehículo que permite configurar cognoscitivamente al objeto poetizado para entenderlo en su plástica unicidad. La luz, devenía en cambio, para nuestro poeta, en pura focalización escénica, bajo la cual lograba la exteriorización dramática de su discurso poemático. Luz que cobraba en él un efecto teatralizador sobre el que debía ejecutar la pieza de su vida; de su enfermedad y de su muerte. Siendo, por tanto, su propia vida la esencia imperiosamente buscada, verbal y angustiosamente trasmitida. Recuerdo en Mir, aunque esto pueda suponer para el lector una simple e infundada digresión, que su rostro sanguíneo, su piel lechosa, tenía una forma muy especial de reflejar la luz. Pero, sobre todo, y era eso lo más desconcertante para mí: Francisco Mir temía a la luz. La temía porque afectaba su frágil retina, su piel sensitiva y descubría su propia naturaleza sometida a los hábitos de silencio más dolorosos, que nos remitía a una configuración poemática lograda siempre a medias, acaso inmerecida; sensualmente susurrante, tartamudeante. No es casual que Francisco admirara al poeta francés de las Iluminaciones, Arthur Rimbaud, como a ningún otro poeta. Y como él, en la brevedad de sus versos, padecía de esa “mudez que habla”, que germina desde lo profundo del alto ventisquero de paredes de canto en el que habitan, sumergidos en el fango, el sufrimiento y la vida.


Hay un poema de Mir que tiene la extraña virtud de hacerme volver sobre él en determinados períodos de mi existencia. Es entre todos uno de los que más prefiero, no sólo porque sea uno de los más bellos, sino por ser además el que nos cuenta de sus particulares nupcias con la poesía, mientras escenifica, por centésima vez, su despedida sobre un retablo previamente iluminado:





“Cuando yo muera
—perdona que no dé fechas como hacen los maestros—
tu rostro no se apartará del mío.

(…) Cuando yo muera
perdona que por primera vez no te acompañe:
estaré muy lejos mirándote detenida –siempre mirándote detenida—

Cuando yo muera
han de ser azules mis vestiduras
el color que escogimos de las aguas y los cielos.

Cuando yo muera, tu rostro no se apartará del mío”.


El poeta nació en el extremo oriente de la isla de Cuba, en el pueblito de Banes, en su primera juventud emigró con su familia a la Isla de la Juventud, canjeando un entorno típicamente campesino por otro más proletario, un poco menos rural y vivió alternativamente en La Habana…

Cito estas referencias porque creo que hay una historicidad de la poesía. Un fundamento sociohistórico del quehacer literario y la personalidad psicológica de los poetas. Francisco Mir fue, de algún modo, parte de esa generación campesina que fuera trasladada del campo a la ciudad, separado tempranamente de su familia y de su entorno rural para ir a nutrir las filas del proyecto socioeconómico de la nación. No es casual que haya sido integrante de esa generación de escritores que convirtieron el paisaje campesino en sustancia metafórica de sus creaciones literarias, al tener que revivir la infancia y la adolescencia desde la nostalgia por el paisaje perdido; hijo privilegiado de la reminiscencia, del culto que el pensamiento originario realiza, desde siempre, sobre la expresión lírica y el entorno bucólico.

En Cuba lo que de cierta forma conserva los retazos de una composición bucólica, es el núcleo sobreviviente de la familia económicamente aparcera, que se reparte desde el amanecer sus labores, el cuidado de los animales y divide el tiempo anual en la roturación de la tierra, la siembra y la cosecha. Recuerdo nítidamente que en la primera conversación que tuve con Mir me citó varias veces a Serguei Esenin, el poeta soviético de la tierra. A estas alturas me parece lógico que la reacción lírica, que habitó nuestros predios nacionales de los años 70’ del pasado siglo, frente a la llamada poesía conversacional, fuera sustentada por poetas de origen u orientación campesina. Poesía que tiene para mí su mejor fundamento en la tradición romántica nacional y en la literatura bucólica universal.

No creo que tampoco sea casual que el paradigma cultural del amor biológico sea Dafnis y Cloe, el gran texto pastoril de la Grecia antigua. Dafnis y Cloe son dos adolescentes que se aman, porque sobre ellos late el silente despertar de la necesidad sexual, de la pura pulsión física, que tiene su natural concomitancia con la llegada de la estación de la cópula entre los animales y el crecimiento vegetativo que llena el aire primaveral de esporas. Ese es, sin dudas, el contexto privilegiado del poeta, del creador de origen campesino. Novelas como El rey en el jardín de Senel Paz y Celestino antes del alba de Reinaldo Arenas, se convierten de hecho en obligados referentes del nacimiento simultáneo, en el adolescente del campo, de la sexualidad y la poesía. En mi opinión ambos son textos de aprendizaje como lo son Damian de Hermann Hesse y Retrato del artista adolescente de James Joyce. Novelas cubanas que narran alegóricamente las razones internas del proceso de creación y establecen un paralelo entre la germinación, la flor, la espora y el hombre; el poeta y la sexualidad humana indiferenciada. Obviamente son textos que carecen del fundamento teológico-cultural de las obras europeas antes citadas, porque su nacimiento es ajeno a una tradición occidental que hizo del pecado original, el pilar de la cosmovisión filosófica y literaria. Francisco Mir pudo haber sido el poeta de esa generación situada antes del pecado original. No lo fue. Él, como otros importantes creadores de su generación, se nutrió de las fuentes paradisíacas de la campiña cubana, dejándonos, a partir de eso, un testimonio fragmentario. Sin embargo, sería bueno releer su primer poemario que juzgo su mejor escritura. Quisiera invitar al lector a que medite sobre esta prosa poética que conforma a “Proyecto de olvido y esperanza”:

“Laguna no sabe que los caracoles duermen en la orilla por su vestido ligero (…) Laguna escoge las horas en que los patos salvajes se echan a volar y los perros calman su sed con minúsculas señales de agua, en un vuelo desprendido de sus faldas. Laguna y los peces que, en un único beso, hacen amanecer burbujas doradas en la manigua: guayacanes, biajacas, madres de agua. Laguna y yo nos amamos desde antaño (…) del detalle escondo la herida, padrenuestros y campanillas estallaban a las seis de la mañana, el niño Jesús por un pan se fajaba conmigo, harina, migajas, piedras en las manos y semana santa. Laguna entiende mi tristeza, sus sirenas estrellan la noche, les entrego el laúd que dio origen a la familia: tatarabuelo mambí (…) Laguna empieza en mi pecho, sigue la sabana hasta el nacimiento de la luz en los líquidos y desnuda, a lo lejos, el corazón de la sierra”.


Creo que estamos en presencia de una inusual teogonía campesina. Un texto integrador de los más variados accidentes que constituyen el paisaje cubano. Un paisaje que, en su expresión, quiere cifrarlo todo, reflejado sobre la superficie pulida de la pequeña laguna serrana; seres que la habitan en lo profundo, credos y ave marías; familia y antepasados; laúd francés. Este poemario de Mir, me atrevo a afirmarlo, trae consigo mucho del imaginero medieval, del bestiario creado por los poetas ingenuos, que hace las veces, bajo el horizonte ilimitado de nuestras serranías, duplicado en el reflejo verborante de la laguna y sus patos que vuelan hacia el cielo; de catauro compilador. Tiene a favor suyo la expresión matutina de una gran poesía en gestación que desata, desde su centro, los remolinos oscuros del estuario. No sé cómo la habría catalogado un poeta e investigador como Samuel Feijóo experto en catálogos imposibles y en franquezas campesinas. Feijóo fue nuestro gran poeta naïf. Mientras que Francisco se adelantó a explorar un camino, que de continuarse bien hubiera podido nutrirse de las más copiosas floraciones naturales; la libido del bosque tropical llevada y traída por las abejas entre la muchedumbre de árboles en flor. No sé tampoco si estaríamos entonces frente a una nueva surrealidad tropical que la expresión lírica ha reencontrado en los accidentes propios de la sabana.

Hoy tengo el convencimiento de que Mir intentó con sus visiones y su talento afiebrado, regalarnos un plano poético general, constituido por las relaciones realistas más diversas, que pasa, sin solución de continuidad, de esencialmente descriptivo a expresamente connotativo, metafórico, alegórico. Entregándonos de paso una propuesta de sobrerrealidad que rebasa con creces la mirada visual para incorporar, como parte estrechamente vinculada al paisaje, la sensualidad de su visión, la memoria afectiva y también secular de su existencia. Y del mismo modo que la laguna serrana deviene, en el poema citado, en el epicentro de una cosmovisión que se vuelve sorprendentemente integradora, paridora de mayores e inesperadas relaciones, el poeta, en su expresión, nos muestra con su lenguaje el lado más luminoso de la sensibilidad y la experiencia personal.

Pero la gran controversia que labró la dicotomía cultural por la que anduvieron importantes poetas de la civilización de Occidente, no visita siempre necesariamente los predios de nuestra poesía nacional. Es decir, en Cuba no existe de manera obligada una historicidad cultural que se desarrolle bajo el signo de la contradicción entre lo pagano y lo cristiano; entre una inteligencia puramente sensual de la naturaleza y la naturaleza de una revelación poética eminentemente conceptual, ideal. No es común, por ejemplo, entre nuestros poetas, el repudio ético como respuesta a la energía natural que nos impregna en la campiña de deseos y tentaciones, que es la forma esencial de manifestarse entre nosotros la naturaleza y la propia sensibilidad.

Uno de nuestros más grandes poetas del siglo XIX, José Martí, entendió la religión como una forma pura de sensibilidad. A despecho de la gran tradición romántica que trae en su haber una separación abisal entre las sensaciones, la idea, el concepto, la razón y la realidad sensible. No es que quiera decir con esto que sobre nuestra Isla gravite un paganismo fundamental, que impida la intelección moral que quiera catalogar de mórbido cualquier modo de existencia estrictamente natural del poeta y su poesía. Lo que quiero decir, es que en la campiña cubana las imágenes del deseo se vuelven puras, aun aquellas que fueran originalmente estigmatizadas, condenadas por una secular moralidad imperativa. Y al señalar estas cosas pongo de ejemplo lo que fue o lo que pudo ser la poesía de Francisco Mir. Obviamente, lo mórbido sí nos visita, aunque es más propio del paisaje citadino, del encuentro de la conciencia poética con otras formas de expresión cultural más cosmopolitas y quizás, por eso, menos originarias.

Mir quiso hacer del tema del sufrimiento la fuente de legitimidad de su existencia y el núcleo generador de toda su poesía. Las hojas clínicas, su segundo poemario, está construido de modo intencional sobre esa razón. Mas, las relaciones entre el arte y la vida no están del todo claras, un hilo muy fino pero firme separa a la realidad de la creación; a la experiencia íntima del poeta de lo objetivamente dado. Encontrar en la vida el preciado fundamento de lo que se siente y se escribe, sería como encontrar la clave de sol de la existencia y la poesía. La legitimidad ansiada, perseguida, añorada, justamente allí donde lo que pensamos de nosotros, o escribimos, es lo que somos como un acto tenazmente volitivo de nuestra conciencia, sólo pudiera ser realidad para el poeta dotado de la más alta misión…

En mi opinión, Mir se percató de que el poeta podía, como parte del proyecto de su imaginación, reorganizar el paisaje cubano y anudar un nuevo sistema de referencias entre su experiencia personal y la realidad misma, alterando para eso las usuales perspectivas, el orden de importancia y significado de los accidentes de la geografía. Muchas veces la poesía ha operado así, como gnoseología. De esta manera José María Heredia fue, en la poesía cubana del siglo XIX, el gran descubridor del mar. Martí opuso, por su parte, la sagrada brevedad del “arroyo manso”, como sitio de recogimiento espiritual y de máxima intimidad del espíritu universal, ante la amorfa infinitud indiferenciada del océano que nos rodea y nos limita. Mir en Las hojas clínicas, confinado en su cama de enfermo, percibe su enfermedad como un retiro involuntario de la naturaleza. Los gorriones que vuelan por los amplios espacios del blanco pabellón aparecen, ante sus ojos perennemente asombrados, como una visitación del númen poético que aletea sus alas frente a él.

Dejé de ver a Mir a mediados de 1986, meses después yo partiría al extranjero. En el año 2000 me enteré que hacía sólo unos meses había muerto. Rememorando nuestro último encuentro, el poeta pernoctó en una de las habitaciones disponibles en el departamento que entonces yo tenía en la calle de San Juan Bautista, aledaño a un pequeño, abandonado y derruido cementerio. Francisco se mostró profundamente impresionable, le afectaba la soledad del lugar y no quiso hacerse eco de mis bromas sobre posibles fantasmas y aparecidos… Hoy para mí, evocar estos hechos es como extraer del baúl de los recuerdos a una persona muy especial que dejó marcada huella entre mis afectos. No creo que sea tan importante valorar hasta qué punto Mir encarnó o no con su dolor personal la más verdadera legitimidad que pide encarnar la poesía; porque hay algo en el juicio moral, el moralista sólo atento a nuestros grandes descuidos existenciales, que hiede a fontana abandonada. Una de esas noches transcurridas el poeta nos leyó a un grupo de amigos la versión completa, original y manuscrita, de su poemario Pianista en el restaurant. Fue una excelente velada. Al terminar Francisco estaba exhausto, se había pasado toda la tarde arreglando mi departamento ante la inminente visita, mientras yo le miraba escéptico y sin moverme un ápice.

Un libro, un poema no es en esencia más que unas hojas de papel que contienen un mensaje, quizá una alegórica explicación. Se vuelve extraordinariamente complicado exponer esto en su completa literalidad ante quienes nos leen, pero es así. Porque la literatura en primera instancia (no en la última) no es más que una escritura.

Mir estuvo siempre muy preocupado por el destino de su poesía, así lo demostró, una vez más, aquella noche. La enfermedad padecida tiende a que apreciemos mejor la finitud de la vida y es muy difícil entonces apartarnos de su dimensión dramática. Es algo que el común de los mortales, atareados por el vivir cotidiano, no pueden, o no quieren entender. En el fondo porque les asusta demasiado. Hay, por supuesto, un amaneramiento conformista y pequeño burgués en todo eso que solamente el artista puede hacer denotar, buscando otras formas de reglamentación de la existencia, otra tabla de valores vividos siempre en el límite. No es nada fácil, debo recalcar, llegar a tener en el medio de la vida esta certeza.

Muy pocas cosas son perdurables. De la enfermedad que deviene en parte constituyente de lo que somos, deviene además un modo de expresar lo que somos para intentar explicarnos. Francisco Mir, sumergido en el polvo de sus días, hizo de su escritura una pasión. Creo que es lo más esencial que sobre él puedo decir. En vida de él disfruté como pude y cuanto pude de su amistad y hoy casi no me conmuevo al decir esto. No sé si será el peso de los años lo que nos hace ser mucho menos dramáticos. Aunque al término de los días nos quede, de un modo sobrio o meramente especulativo, la energía tajante de estos versos de Mir:

“A quién le tocara mañana envolverse de blanco,
atados la cabeza y los pies.
A quién le tocara mañana
dejar la palabra en las gavetas de un archivo
y tomar camino definitivo a la tierra.”

Necesito seguir creyendo con él que ese camino definitivo, al que alude como final de su periplo vital, corresponde más a una constante de su espíritu, que al anonadamiento fundamental que el poema, a todas luces, parece sugerir. Y es que la última línea se desliza inesperadamente hacia una distinta acepción enmarcada dentro de la orbita total de su poesía. La de un insobornable regreso al origen para retomar allí, sin preámbulos, las imágenes de siempre; aquellas que nunca debieron de haber partido. Las imágenes que narran, entre nosotros, el convite a la tierra, las últimas nupcias del poeta visceral, inserto definitivamente en el paisaje: la laguna, la yagruma, la tojosa, la campiña estelar…
Hasta aquí el magnífico ensayo de Julio Pino Miyar que hemos extraído del Blog ALDEA COTIDIANA que edita nuestro buen amigo César Hidalgo Torres, en Holguín, Cuba. Yo también he querido sumarme humildemente al homenaje y a continuación comparto con todos mis amigos y lectores mi poema dedicado a la memoria del amigo ausente:
UN POEMA BREVE PARA PACO
       
           A la memoria de Francisco Mir, poeta.

Paco ya tiene su jardín en el país de los nomeolvides.
Su propia fuente.
Un pasto verde
y un campo de girasoles donde se esconde
para escribir poemas.

Paco, al fin, pudo gritarle a la Muerte:
“dime, oh, Muerte, ¿dónde quedó tu victoria?”
Paco, un poeta existencial,  alcanzó al cielo
y se puso a jugar con las estrellas.

© René Dayre Abella


Aquí va el enlace al archivo de audio con la lectura del poema en la voz de Liliana Varela, del programa Al Borde la Palabbra, de Radio Arinfo, Buenos Aires, Argentina.

René Dayre - Un poema breve para Paco.mp3René Dayre - Un poema breve para Paco.mp3
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